01 julio 2010

Periodismo de 'altura'

(artículo de Óscar Gogorza, director de Campo Base, en el número de julio de 2011)

Poco después de ver la luz, CampoBase decidió prescindir de toda información relacionada con las montañas de ocho mil metros, salvo aquellas que resultasen relevantes por razones alpinísticas: nuevas rutas, repeticiones sonadas, ascensos rápidos en estilo alpino, invernales… Intuíamos ya entonces la deriva de una actividad, la de las rutas normales en temporada, que no aportaba nada nuevo a lo ya conocido pero sí grandes dosis de morbo y demás asuntos oscuros. Respetamos a todos los montañeros que ahorran, se ilusionan y pelean por alcanzar la cima de un ‘ochomil’, pero otra cosa es considerar que éste tipo de actividad sea noticiable. Paradójicamente, nunca se ha hablado tanto en los medios, ya sean especializados como generalistas, de los famosos 14 ochomiles, o mejor dicho de sus protagonistas. La primavera se ha despedido con un nuevo sainete protagonizado por la pareja acostumbrada, uno más tras el episodio molesto del K 2 y el bochornoso epílogo del Annapurna. Lo bueno es que ésta vez se han retratado solos, sin ayuda, oreando sus miserias ante cámaras y micrófonos sin reparar siquiera en la vergüenza ajena que sus respectivos discursos generan. Con todo, puede que no sea suya toda la culpa: en esta ocasión también estaban presentes en el lugar de los hechos periodistas dispuestos a difundir sin masticar, ni (por supuesto) criticar, sus miserias. La prensa, altavoz incorporado de los famosos: un clásico.

Uno de ellos celebraba en el campo base del Everest los 30 años de existencia de su publicación. Podía haber escogido soplar las velas en la Patagonia, donde siempre se escala en serio; o Groenlandia, donde se han refugiado tres ‘ochomilistas’ espantados del ‘ochomilismo’, o el Monte Hunter, donde no hay sitio para turistas de la montaña. Podía haber elegido, como regalo de cumpleaños, cualquier lugar que dignificase el alpinismo y la compañía de alpinistas de vanguardia. Pero a cambio, escogió colocar su grano de arena en el ‘Reality Show’ del Himalaya. Confundió la altura con el periodismo de altura. Una peligrosa confusión. Su caso ilustra perfectamente la pérdida del norte informativo en lo que se refiere a cierta escritura de montaña. Con informadores de ésta talla se ha logrado que el público crea que, con permiso de Jesús Calleja, Edurne y Juanito son los “mejores alpinistas de España”. Podemos aceptar, aunque cueste hacerlo, que la prensa generalista necesita héroes y no mira el pedigrí de aquellos que decide colocar en el Olimpo. Pero a un medio especializado en montaña debería exigírsele al menos que escribiese de montaña o que fuese capaz de censurar actitudes sonrojantes de sus ‘amigos’ los montañeros. Resulta curioso que el dueño de un medio que no ha dudado estos últimos años en organizar ‘sesudos’ debates en torno al grado de una vía de escalada deportiva, o que ha protagonizado el caso más grande de ‘periodismo de investigación’ con cámara oculta (una pena que no funcionase) y un pobre sherpa como testigo protegido, no tenga nada que decir ante los incontables patinazos de la pareja reina de nuestro himalayismo.

La línea editorial de una publicación de montaña es su esencia, su matrícula, su seña de identidad. Más allá de exhibir artículos divulgativos, de mostrar todo tipo de gestas, de discutir acerca de material o de técnica, en CampoBase siempre hemos creído necesario defender nuestra ética, aunque ello nos llevase a señalar con el dedo todo tipo de conductas inapropiadas, viniesen de donde viniesen: montañeros, fabricantes o colegas de profesión. Por supuesto, ni somos dueños de la verdad, ni pretendemos evangelizar a nadie. Efectivamente, corremos el grave riesgo de equivocarnos, pero al menos nadie puede negar nuestra voluntad de dar la cara, de opinar aunque hacerlo sea políticamente incorrecto. Sencillamente, el tono aséptico no es ni será nuestro tono.

Sí, ser periodista es un coñazo, y mucho más cuando uno trata de tomarse en serio su profesión. La ‘ética’, el compañero de cordada preferido de los alpinistas serios también debería figurar en la mochila de los periodistas, al menos cuando se abordan temas de una cierta trascendencia. En el mejor de los mundos, los periodistas deberían cuidar a los alpinistas respetables y estos deberían corresponderles siempre que admitan que la montaña es también un negocio: pero esto es casi un deseo infantil, caduco. La realidad es mucho más compleja, prosaica. La realidad presenta un tipo de periodismo amigo de la política de la avestruz, y un cuadro de alpinistas que salivan ante la ocasión de verse en un titular. Así de crudo.

Felicitamos sinceramente a la competencia en su 30 aniversario, pero si llegamos tan lejos esperamos poder contarlo desde otro lugar, uno que case mejor con nuestra manera de entender la montaña.