07 octubre 2005


100

“¿Qué andas Antxon?” “No ves. Pues quitar”. “¿Quitar el qué?” “Metros hijo, metros. Tengo 104 y con este cerraó que le voy a hacer, pues 98. Y a cascarla. A mí no me hunden el negocio por 4 putos metros”. Parece mentira que ese bar tenga 104 metros. Será con la cocina y el baño y la doble puerta (a ver, ayuntamiento, tengo un bar en mi calle sin doble puerta. Y la que tienen la cierran sólo cuando se van a dormir a casa, a una casa donde debajo no hay bares sin doble puerta, supongo, y sin U2 sonando como en The Point Depot. A ver, ¡eh!, a ver), porque lo que es los sábados allí no cabe un gin-tonic más. Pues me parece normal lo de Antxon. Anda, diles tú ahora a los parroquianos de cuando jugaba Zarra que como tu bar tiene más de 100 metros pues que no pueden fumar dentro. Te dan fuego, al garito. Que nos quiten de fumar en el trabajo me parece bien, aunque mira que no va a haber ciscos ni nada por bajar a la calle a darle al trujilla: “Que hoy lleva usted 32 minutos y 17 segundos ausentado de su puesto, Rupérez”. “He estaó viendo el eclipse” “¿Y ayer qué había, eclipse también o Dios bajaó de los cielos?” “Qué bien bajó jefe, qué estilo”. Y que no se pueda fumar en lugares públicos, hasta en algunos restaurantes, pero lo de los bares va a ser un pollo. Y lo va a ser porque un bar es un bar y en los bares se hace lo que se hace en los bares desde que el botellín de San Miguel era pequeño y rechoncho y sin la julada ésa del abrefácil. Se bebe y se fuma. Y poco más. Y menos en esta ciudad. Y al que le moleste, pues que se vaya quedando en casa o se vaya de museos o al cine, a los Príncipe (qué fijación tengo oye). “¡Antxon coño, no cierres esa esquina, que ahí es justo donde nos ponemos nosotros de toda la vida!” “Por eso hijo, por eso”.