Cachete
“Supongo que tuve una buena relación con mis padres. Rara vez me pegaban... en realidad creo que sólo me pegaron una vez en toda mi infancia. Empezaron a pegarme el 23 de diciembre de 1942 y acabaron de hacerlo a finales de primavera del cuarenta y cuatro”. Ésta es de Woody Allen. Está mal pegar a un hijo –no lo he sufrido ni siquiera una vez que yo recuerde, aunque algunas veces me lo merecí. Y con nota-, pero que ahora el Ministerio de Trabajo saque una campaña para erradicar el castigo físico a los niños como si dar muy de vez en cuando un cachete sea el fin del mundo a mí me molesta. Y lo hace porque mete en un mismo saco a una señora que está a punto de tirarse a las vías del metro porque su niño lleva una hora gritando que al clásico cerdo que usa de punchingball a la señora y al niño y luego sale a la calle y es el tío más encantador del mundo. Y me molesta porque trata de elementos sin escrúpulos a aquellos a los que, muy a su pesar, alguna vez han pegado a sus hijos, provocándoles un cargo de conciencia que no tiene relación con el daño físico o moral ocasionado, porque a mí que no me vengan ahora con que un chaval que recibe un tortazo o 14 a lo largo de su vida se va a convertir en un marginado dentro de su propia casa. Porque los niños son mucho más listos de lo que nos creemos y saben que un cachete es el último y triste resorte que les queda a sus padres cuando el crío ha superado todos los límites posibles. Y cuando se van a una esquina a llorar, lloran más porque saben que se lo tenían ganao que por el propio cachete. Porque estamos haciendo de los niños gente sin capacidad de frustración alguna e incapaces de estar más de 10 minutos sin aburrirse mirando un árbol y buscando formas de nubes en la corteza. Y éso sí es preocupante.
“Supongo que tuve una buena relación con mis padres. Rara vez me pegaban... en realidad creo que sólo me pegaron una vez en toda mi infancia. Empezaron a pegarme el 23 de diciembre de 1942 y acabaron de hacerlo a finales de primavera del cuarenta y cuatro”. Ésta es de Woody Allen. Está mal pegar a un hijo –no lo he sufrido ni siquiera una vez que yo recuerde, aunque algunas veces me lo merecí. Y con nota-, pero que ahora el Ministerio de Trabajo saque una campaña para erradicar el castigo físico a los niños como si dar muy de vez en cuando un cachete sea el fin del mundo a mí me molesta. Y lo hace porque mete en un mismo saco a una señora que está a punto de tirarse a las vías del metro porque su niño lleva una hora gritando que al clásico cerdo que usa de punchingball a la señora y al niño y luego sale a la calle y es el tío más encantador del mundo. Y me molesta porque trata de elementos sin escrúpulos a aquellos a los que, muy a su pesar, alguna vez han pegado a sus hijos, provocándoles un cargo de conciencia que no tiene relación con el daño físico o moral ocasionado, porque a mí que no me vengan ahora con que un chaval que recibe un tortazo o 14 a lo largo de su vida se va a convertir en un marginado dentro de su propia casa. Porque los niños son mucho más listos de lo que nos creemos y saben que un cachete es el último y triste resorte que les queda a sus padres cuando el crío ha superado todos los límites posibles. Y cuando se van a una esquina a llorar, lloran más porque saben que se lo tenían ganao que por el propio cachete. Porque estamos haciendo de los niños gente sin capacidad de frustración alguna e incapaces de estar más de 10 minutos sin aburrirse mirando un árbol y buscando formas de nubes en la corteza. Y éso sí es preocupante.
1 Comments:
Totalmente de acuerdo.
El cachete puede ser saludable, si se cumplen dos condiciones. Ha de ser "ajustado" y "a tiempo". Y esto, ¿cómo se consigue?.Pues muy sencillo, cuando se propina desde el respeto y el amor. A veces nos empeñamos en razonar y convencer con argumentos a niños que todavía no han desarrollado esas facultades. Por cierto, a mi me ha pasado como a tus padres. Nunca me he visto obligado a dar un cachete. Pero en este caso ha sido mérito de mis hijos, que no me han puesto en el aprieto.
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