En la sopa
He dejado pasar unos días desde el suceso para recuperarme de la estupefacción. Que Sabina suspendiera un concierto –y posteriormente los tres que tenía fijados- porque la noche anterior, según él, “había sido malo”, es un signo de que farra y trabajo no casan y, en el caso del rock, como mucho hasta los 35 años. Me acuerdo de lo que dice el colosal Rick Danko, bajista de The Band, en una escena de El Último Vals: “Nos lo estábamos pasando demasiado bien y ya sabes qué es lo que pasa cuando te lo pasas demasiado bien”. Pues que te bebes el agua de los floreros, te fumas la ligarza de dos cosechas, te esnifas el alcanfort y al día siguiente no cumples. A no ser que seas Keith Richards, pero sólo hay uno. Se fue en mitad del concierto y la gente le aplaudió y está bien, está bien, porque Sabina, si algo tiene, son seguidores. Y también honestidad, pidiendo perdón públicamente. Y devolverán el dinero y tocará en Gijón en otras tres fechas. Todos cometemos errores. El problema es que el de Sabina está ya empezando a ser un grave error de conceto, que diría Pazos. Y el error no es otro que hace ya años que el personaje, o la persona, ensombrece por completo al artista y cuando uno oye una canción suya –por cierto, las últimas malísimas- ya no sabe si oye al que canta, al que está en la mitad de los canales de televisión con un whisky en la mesa y repitiendo siempre las mismas historias de crápula al encantando entrevistador de turno o al que escribe versillos cutres en el Interviú que gustarán en Madrid. Porque quizá yo esté de acuerdo con el 90% de las cosas que dice Sabina y hasta le perdono que plagie a El Maestro sin citarlo, pero tal repetición y tal sobreexposición pública agota. Por que lo importante no es llenar estadios, si no cómo se llenan.
He dejado pasar unos días desde el suceso para recuperarme de la estupefacción. Que Sabina suspendiera un concierto –y posteriormente los tres que tenía fijados- porque la noche anterior, según él, “había sido malo”, es un signo de que farra y trabajo no casan y, en el caso del rock, como mucho hasta los 35 años. Me acuerdo de lo que dice el colosal Rick Danko, bajista de The Band, en una escena de El Último Vals: “Nos lo estábamos pasando demasiado bien y ya sabes qué es lo que pasa cuando te lo pasas demasiado bien”. Pues que te bebes el agua de los floreros, te fumas la ligarza de dos cosechas, te esnifas el alcanfort y al día siguiente no cumples. A no ser que seas Keith Richards, pero sólo hay uno. Se fue en mitad del concierto y la gente le aplaudió y está bien, está bien, porque Sabina, si algo tiene, son seguidores. Y también honestidad, pidiendo perdón públicamente. Y devolverán el dinero y tocará en Gijón en otras tres fechas. Todos cometemos errores. El problema es que el de Sabina está ya empezando a ser un grave error de conceto, que diría Pazos. Y el error no es otro que hace ya años que el personaje, o la persona, ensombrece por completo al artista y cuando uno oye una canción suya –por cierto, las últimas malísimas- ya no sabe si oye al que canta, al que está en la mitad de los canales de televisión con un whisky en la mesa y repitiendo siempre las mismas historias de crápula al encantando entrevistador de turno o al que escribe versillos cutres en el Interviú que gustarán en Madrid. Porque quizá yo esté de acuerdo con el 90% de las cosas que dice Sabina y hasta le perdono que plagie a El Maestro sin citarlo, pero tal repetición y tal sobreexposición pública agota. Por que lo importante no es llenar estadios, si no cómo se llenan.
2 Comments:
Que injusto es el mundo. A ver cuando el mundo empresarial entiende que mañana puedes presentarte en el curro, decirle a tu jefe que te las piras a sobar porque has sido malo, y encima que te haga la ola toda la plantilla al salir, mientras decides donde te vas a tomar la penúltima. El Sabina es afortunado, no va de tinto y aspirina.
¡Qué razón tienes amigo! En la medida en que vayas cumpliendo algunos años más, ese noventa por ciento de acuerdo inexorablemente se irá reduciendo. Sabina es, o algunos lo han convertido, en uno de tantos ídolos absolutamente falsos. Naturalmente es mi opinión.
Por cierto, quiero decirte que me conmovió tu columna de ayer. Me refiero a la de la llamada al móvil de tu amigo muerto. Estas tremendas conmociones son las que aceleran la maduración de las personas.
Leo tu colaboración todos los días. ¿Pero qué haces tú escribiendo en un priódico de "provincias"?
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