Un cortao
El 2 de enero del 2006 entré en un bar a tomarme un cortao. “Me lo ponga corto de café, con leche templada, sacarina y en vaso de cristal. Y pajita. Puestos a joder...”. La gente me miraba raro. El camarero tenía los ojos fuera de las cuencas, bastante más allá de la cuenca del Ruhr, y sacó el cuchillo del queso. “Unos tacos de Idiazabal a estas horas como que no”. Le frenaron cuando ya venía hacía mí y dije: “Hombre, ponerse así por un cortao. Menos mal que no le he pedido el combinado 13 pero sin croqueta y me cambia los pimientos verdes por rojos y la pechuga por lomo pero poco hecho. Y patatas fritas. Saca la motosierra usted”. No dijo nada. Me extrañó que sonara un pitido seco. “¿Qué pasa, que nos están invadiendo los catalanes o qué?”. No me contestó nadie y el que estaba jugando a la máquina tragaeuros se marchó a la carrera. El camarero lloraba apoyado al final de la barra mientras la cocinera, una etxekoandre con Tara 800 y PMA 1100, le preparaba una tila. Era un bar muy raro aquél. Eché una moneda y la máquina se me entregó. “¡Venga, que pago una ronda. Y súbame ese volumen, que está sonando Van The Man. And the caravan is on it`s way. La-la-la-la, la-la-la!”. Llegaron dos tipos en gabardina. Estos independentistas cómo visten, cómo se nota dónde hay tela, pensé. El camarero ya no es que llorara, es que se fulminaba. Los tipos le dieron a un botón y el pitido se paró. Uno se acercó a mí, me cogió el cigarro, lo apagó y lo metió en una bolsa de ésas de plástico como las que usan los de zapatística de CSI. No le dije nada. Dijo: “Bar El Primo, 64 metros, declarado de no fumadores por sus propietarios. Un cigarro Lucky Strike a 3.000 euros son un total de 3.000 euros. Ya se lo hemos descontado de la cuenta corriente”. Me marché. Dejé propina.
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