No hace nada
El perro no hace nada, esa carretera se la conocía como la palma de la mano y la podía seguir con los ojos cerrados, parecían una pareja de lo más normal, enamorada y educada así que no comprendo cómo le ha metido 50 tiros y alguno más. Frases que todos hemos escuchado miles de veces poco después de ver u oír cómo un perro se ha tratado de comer a alguno, cómo alguien ha provocado un accidente de coche yendo al trabajo por adelantar y ganar 10 segundos o tras un episodio violento de los que luego televisan en el programa Gente con una señora hablando asomada a una puerta con cortinas de ésas de tiras de plástico para las moscas. Las cosas pasan y sorprende que la gente se sorprenda tanto de que pasen, cuando lo extraño es precisamente que no pase nada cuando nos confiamos tanto. Lo de los perros, por ejemplo. Los dueños de los perros, algunos dueños, tienen la manía de decirte pero si no hace nada. Ya, pero eso lo sabes o crees saberlo tú, no yo, que voy tranquilamente paseando y no tengo porque saber discernir si ese ladrido es de defensa o de ataque o de si me está enseñando el colmillo para que le vea el puente que le ha puesto el dentista o es puro precalentamiento antes de atizarme un trasko en el muslo. El perro, lógicamente, no tiene culpa alguna –ya lo cantaban los Tijuana: “El tiburón no es culpable, es por su naturaleza”-, de lo que habrá que deducir que al que hay que hacerle el psicotécnico es al dueño, que suele proyectar su forma de ver la vida en el tamaño y la cara de mala leche de su perro. Del mismo modo que habría que hacérselo a mucho conductor de ésos yo no he tenido un accidente nunca o a esos individuos que no se sabe por qué tienen un pistolón en casa para defenderse no se sabe muy bien de qué ni por qué.
El perro no hace nada, esa carretera se la conocía como la palma de la mano y la podía seguir con los ojos cerrados, parecían una pareja de lo más normal, enamorada y educada así que no comprendo cómo le ha metido 50 tiros y alguno más. Frases que todos hemos escuchado miles de veces poco después de ver u oír cómo un perro se ha tratado de comer a alguno, cómo alguien ha provocado un accidente de coche yendo al trabajo por adelantar y ganar 10 segundos o tras un episodio violento de los que luego televisan en el programa Gente con una señora hablando asomada a una puerta con cortinas de ésas de tiras de plástico para las moscas. Las cosas pasan y sorprende que la gente se sorprenda tanto de que pasen, cuando lo extraño es precisamente que no pase nada cuando nos confiamos tanto. Lo de los perros, por ejemplo. Los dueños de los perros, algunos dueños, tienen la manía de decirte pero si no hace nada. Ya, pero eso lo sabes o crees saberlo tú, no yo, que voy tranquilamente paseando y no tengo porque saber discernir si ese ladrido es de defensa o de ataque o de si me está enseñando el colmillo para que le vea el puente que le ha puesto el dentista o es puro precalentamiento antes de atizarme un trasko en el muslo. El perro, lógicamente, no tiene culpa alguna –ya lo cantaban los Tijuana: “El tiburón no es culpable, es por su naturaleza”-, de lo que habrá que deducir que al que hay que hacerle el psicotécnico es al dueño, que suele proyectar su forma de ver la vida en el tamaño y la cara de mala leche de su perro. Del mismo modo que habría que hacérselo a mucho conductor de ésos yo no he tenido un accidente nunca o a esos individuos que no se sabe por qué tienen un pistolón en casa para defenderse no se sabe muy bien de qué ni por qué.
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