21 octubre 2006

Palomera

Hace unos días hablamos de palomas, como recordarán si son tan insistentes con esta columna como Elizabeth Taylor con mandar invitaciones de boda. Nos referíamos en aquella ocasión a esas aves que surcan los cielos durante miles de kilómetros, ingrávidas y hermosas, y una mala mañana acaban en un puchero de Etxalar con chocolate derretido por encima, que no es una muerte como otra cualquiera. Hoy glosaremos, en contraposición, a las seis vacas burras que llevan más de un año en el alero de la casa que está pegada a la ventana de mi dormitorio y que a las siete de la mañana empiezan a manifestarse como lo que son: bichos asesinables. Y no lo digo yo, que no soy de Greenpeace. Lo dice mi rival, que les pasa a los de Greenpeace por la izquierda. Una mañana –“como me daban penica”-, les puso en el apoyacodos de la ventana de la cocina unas migas de pan. Al día siguiente traté de mirar el contador del gas y no se distinguía la pantalla de la mierda que habían dejao. Como un desagüe de la casa hace mal la digestión -y atufa vía el sumidero de la ducha del baño pequeño- hemos decidido dejar el ventanuco abierto. Pues bien, tenemos plumas hasta en la escobilla. Amás, amás, te estás echando la siesta y se te plantan en el velux –la ventana del tejado- y se te quedan mirando raro, con cara de paloma. ¿Por qué sois así, hijas? Al final nos váis a obligar a hacer lo que me contó un día el amigo Tati, que vive en la Mañueta y le pasa lo mismo, y ha ideao un palo percutor tamaño pértiga. O peor, que cualquier día les tengamos que llamar a los de Etxalar para que se vengan por aquí porque hemos leído que de momento no hay mucha pasa. Pues que sepan ésos de Etxalar que aquí tenemos seis goooooordas como ellas solas. Además no les íbamos a cobrar ni la palomera ni nada