Camarote
Si en el año cero de nuestra era hubiera existido Virgen del Camino y su actual intención de reducir a dos el número de personas por visita, uno de los tres Reyes Magos se tendría que haber quedado en la puerta, mientras los otros dos le daban la barrila a la madre, que además debía de estar hecha polvo porque entonces creo que no había epidural y encima tenía una relación extraña con su marido o pareja de hecho, que nunca he sabido si era el carpintero aquel o el Espíritu Santo. Pero no existía Virgen del Camino ni su plan de restricción de visitas a Maternidad y por eso la buena mujer acabó hasta el gorro de contar el parto, de explicar lo del Espíritu Santo y de desear con toda su alma –que debía ser mucha- que toda aquella peña se largara a su puñetero portal. Desde entonces, la situación no sólo no ha mejorado sino que ha empeorado drásticamente, de manera que tras cada parto se montan unos belenes indecentes y allá se presentan hasta los colegas del recién nacido. Lo que me da pena de esta iniciativa que aplaudo es que surja precisamente ahora, porque ya he escuchado a algunos-as hablar de los sudamericanos y su manía de acudir en tropel. Es cierto que lo hacen, pero los autotonos no nos quedamos nada cortos, al revés. Es más, existe la errada creencia social de que si no vas parece que no te alegras, que no te preocupas o que no te interesa, cuando a mi siempre me ha parecido al revés, que, como me interesa y me alegra, llamo por teléfono o espero un mes y así libero a la madre y al padre de tener que contar por trigésima vez a lo largo de esa mañana que el niño venía sin encajar y que por eso ella se tuvo que meter un chute de oxitocina y que se parece al abuelo. Eso sí, a algún que otro problemilla en la sanidad también habría que meterle mano, ¿no?
Si en el año cero de nuestra era hubiera existido Virgen del Camino y su actual intención de reducir a dos el número de personas por visita, uno de los tres Reyes Magos se tendría que haber quedado en la puerta, mientras los otros dos le daban la barrila a la madre, que además debía de estar hecha polvo porque entonces creo que no había epidural y encima tenía una relación extraña con su marido o pareja de hecho, que nunca he sabido si era el carpintero aquel o el Espíritu Santo. Pero no existía Virgen del Camino ni su plan de restricción de visitas a Maternidad y por eso la buena mujer acabó hasta el gorro de contar el parto, de explicar lo del Espíritu Santo y de desear con toda su alma –que debía ser mucha- que toda aquella peña se largara a su puñetero portal. Desde entonces, la situación no sólo no ha mejorado sino que ha empeorado drásticamente, de manera que tras cada parto se montan unos belenes indecentes y allá se presentan hasta los colegas del recién nacido. Lo que me da pena de esta iniciativa que aplaudo es que surja precisamente ahora, porque ya he escuchado a algunos-as hablar de los sudamericanos y su manía de acudir en tropel. Es cierto que lo hacen, pero los autotonos no nos quedamos nada cortos, al revés. Es más, existe la errada creencia social de que si no vas parece que no te alegras, que no te preocupas o que no te interesa, cuando a mi siempre me ha parecido al revés, que, como me interesa y me alegra, llamo por teléfono o espero un mes y así libero a la madre y al padre de tener que contar por trigésima vez a lo largo de esa mañana que el niño venía sin encajar y que por eso ella se tuvo que meter un chute de oxitocina y que se parece al abuelo. Eso sí, a algún que otro problemilla en la sanidad también habría que meterle mano, ¿no?
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