El gran silencio
Hace unas semanas, cansado de jugar a la Play y de ver partidos de fútbol de toda clase de ligas y competiciones y películas porno con todo tipo de ruidos guturales pero ni una sola frase inteligible, cansado, en realidad, de mi mismo, decidí introducirme en una pequeña sala de cine ganado por la promesa de que durante los 162 siguientes minutos no iba a escuchar una sola palabra. Así fue. Durante casi tres horas asistí impávido y carente de palomitas y alimentos que roncharan al día a día, al año a año, de los monjes del monasterio cartujo de Grenoble. Los monjes se levantaban, oraban, cocinaban, paseaban, leían, volvían a orar, dormían. Y no pronunciaban sonido alguno, con la única excepción de sus cánticos. Una película maravillosa -si se logran superar los primeros 145 minutos-, que nos habla del exceso de ruido de nuestra sociedad, de las escasísimas veces en que nos miramos a fondo a nosotros mismos, por el miedo a encontrar algo o alguien que en nada se parece a aquello que soñábamos cuando éramos niños. Una película –y lo digo completamente en serio- que resplandece entre el gallinero en el que se ha convertido la realidad, en la que los medios de comunicación nos agitan de un lugar a otro sin darnos tiempo a respirar y en la que el impulso cotidiano nos empuja hacia delante sin una sola área de descanso en perspectiva o un simple hueco, aunque sea mínimo, en el que reposar nuestras maltrechas mentes, abotargadas por el consumo masivo e indiscriminado de materia, bienes e ilusiones fútiles. Yo se la recomiendo vivamente desde aquí, mientras termino de jugar esta partida al Colin Mcrae Rally 2005 y me bajo al campo a ver el partido, que no tengo el cuerpo hoy para películas porno. Que no se está todos los días igual de salsero, ¡hombre!
Hace unas semanas, cansado de jugar a la Play y de ver partidos de fútbol de toda clase de ligas y competiciones y películas porno con todo tipo de ruidos guturales pero ni una sola frase inteligible, cansado, en realidad, de mi mismo, decidí introducirme en una pequeña sala de cine ganado por la promesa de que durante los 162 siguientes minutos no iba a escuchar una sola palabra. Así fue. Durante casi tres horas asistí impávido y carente de palomitas y alimentos que roncharan al día a día, al año a año, de los monjes del monasterio cartujo de Grenoble. Los monjes se levantaban, oraban, cocinaban, paseaban, leían, volvían a orar, dormían. Y no pronunciaban sonido alguno, con la única excepción de sus cánticos. Una película maravillosa -si se logran superar los primeros 145 minutos-, que nos habla del exceso de ruido de nuestra sociedad, de las escasísimas veces en que nos miramos a fondo a nosotros mismos, por el miedo a encontrar algo o alguien que en nada se parece a aquello que soñábamos cuando éramos niños. Una película –y lo digo completamente en serio- que resplandece entre el gallinero en el que se ha convertido la realidad, en la que los medios de comunicación nos agitan de un lugar a otro sin darnos tiempo a respirar y en la que el impulso cotidiano nos empuja hacia delante sin una sola área de descanso en perspectiva o un simple hueco, aunque sea mínimo, en el que reposar nuestras maltrechas mentes, abotargadas por el consumo masivo e indiscriminado de materia, bienes e ilusiones fútiles. Yo se la recomiendo vivamente desde aquí, mientras termino de jugar esta partida al Colin Mcrae Rally 2005 y me bajo al campo a ver el partido, que no tengo el cuerpo hoy para películas porno. Que no se está todos los días igual de salsero, ¡hombre!
3 Comments:
La verdad es que en este último post has estado de un trascendental que da escalofríos. Me entran unas ganas de ver la película que pa'que. De todas formas, creo que no tengo tiempo, me parece que hay algún que otro vaso de vino por ahí que me reclama. Además, tiene pinta de ser algo muy bueno para dormir, y para eso ya está la cama (bueno, y para algunas cosas más divertidas).
Siempre sospeche que en el fondo lo trascendental te pica la curiosidad. Cuando quieras nos vamos de retiro, silencio y reflexión con los monjes benedictinos de Valvanera (amigos mios)
Muy bien amigo Jorge, muy bien. Me ha gustado mucho tu columna de hoy. Y esa graciosa ironía con la que te gusta salpimentar las cosa serias...MUY BIEN.
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