12 octubre 2007

Sin duda

Se me ha colao una señora en el banco. Con una destreza que ni Hamilton ha enfilado la silla, se ha sentado y ha dejado el papelito con su número en la cesta. Ella tenía el 27, yo el 26 y el letrero luminoso lo ponía claro: número 26, mesa 2. Pero la señora era una profesional y llevaba el papelito arrugado y no se lo ha enseñado a la empleada, que la ha atendido ignorante de la ignominia que se estaba produciendo. He pensado: hay que tener muchas horas de vuelo para colarse con tanta habilidad. Yo me pondría rojo grave o me sudarían las manos o el ojo empezaría a pasar treintayunas a diestro y siniestro. Me sacarían esposado, por supuesto. A ella no, la han atendido a las mil maravillas y se ha ido con su ingreso hecho tan pancha, moviendo con salero sus setenta y pico años y maquinando, intuyo, porque colarse seguro que es adictivo. Luego he entrado en la carnicería y había cuatro señoras y he hecho lo obvio: ¿la última? Una mano pequeña y temblorosa se ha levantado y he esperado. La última ha estado del orden de 20 minutos comprando carne y analizando con el carnicero todas y cada una de las cosas que compraba, si es buena toma, si lleva vena, si suelta grasa. Ha impartido un clinic. Ha pedido la factura y le ha hecho un análisis profundo, hasta sintáctico. Entonces, por el rabillo del ojo he visto entrar a la señora del banco y al tiempo que la última se iba con sus seis vacas y varios terneros he ido a abrir la boca cuando la del banco ha dicho: sólo una preguntica majo: ¿esa babilla está tierna? El carnicero sabía lo que estaba pasando pero ha sido incapaz de contrarrestar la maestría de la señora, que, pregunta tras pregunta, le ha hecho la envolvente y ha comprado la jodida babilla antes de que yo pudiera salir de mi asombro. Son una raza superior.