20 enero 2008

Me alegro

A mi Alberto Ruiz-Gallardón me cae bastante más gordo que Esperanza Aguirre. A Aguirre no le daría ni la hora –recuerden que declaró que a duras penas llegaba a fin de mes-, pero al menos sabe uno a qué atenerse. Con Ruiz-Gallardón, en cambio, no sabes delante de quién estás. Bueno, sí, delante de un profesional. Un tipo que a los 25 años ya era concejal en Madrid tiene que ser por fuerza un bicho de preocupar, no me digan. Ya, ya sé que unos maduramos más lentos que otros y que Rimbaud para los 20 años ya había escrito lo mejor de su poesía, pero a mi estos individuos que mientras los demás estamos tratando de encontrar nuestro primer trabajo ya andan deambulando por los plenos y los salones y pontificando sobre lo humano y lo divino me dan un pavor tremendo. Y mucho más si van de progresistas dentro de un partido como en el que campa el susodicho, que me recuerdan a un profe que tuve en el Opus que iba de enrollao y tenía más peligro que Pete Doherty en la sala de decomisos de Barajas. Así que todo esto de que Aguirre le haya ganado el pulso me parece lógico, normal y –esto ya es una cuestión de gustos- hasta positivo, desde el punto de vista de que se ha retratado todo el mundo y de eso es de lo que se trata, ¿no?, de que tengamos bien clarito quienes mandan en un sitio y quienes en el otro. Al parecer, Ruiz-Gallardón acompañará hoy a Pizarro en un acto electoral, reculando ostensiblemente con respecto a la imagen de perro apaleado que ofreció hace unos días, que parecía que iba a formar un partido alternativo en ese mismo instante en la oficina de patentes y marcas. Pero de momento se pliega, como lleva plegándose toda la vida, a la disciplina, no vaya a ser que él solito por su cuenta no se coma un colín. Lo dicho: un profesional.