07 marzo 2008

Calamidades

Hace unos días comí con mi abuela. Al llegar le pregunté qué tal estaba y me contestó lo que lleva contestando 20 años sin cambiar una sola palabra: cómo voy a estar, pues mareada perdida. La abuela, como mi madre, mi hermana y yo, es de tensión baja. Luego ya se metió su vaso de vino y su baxaka y estaba como para subirse a San Cristóbal sin sherpas ni nada. Me volvió a preguntar a ver si sabía cuántos puentes tiene Pamplona –cada uno tenemos nuestras obsesiones, yo El Maestro y ella los puentes y Arzallus- y le dije que no, para que así se pudiera contestar ella misma y citarlos de carrerilla. Se quedó tan ancha. Luego me dijo que iba a pasarse a ver a su amiga Celes, que, al igual que ella, debe doblar la edad del Pentateuco. Me vino a la cabeza el Tyson-Holyfield, no sé por qué. Y después me contó algo que me asustó. Resulta que la noche anterior había estado soñando con una persona, una amiga suya de la infancia. Se levantó, compró el periódico, lo abrió y vio la esquela de su amiga. Le aconsejé que no cenara ni huevo frito ni queso y le pedí, por supuesto, que no soñara conmigo ni con nadie querido, pero ella me contestó que lo que iba a hacer era dejar de comprar el periódico, que, así mismo lo dijo, sólo trae calamidades. Como es obvio, sólo pude darle la razón, porque a ver quién soy yo para llevarle la contraria a alguien que podría tener la edad de mi abuela. Así las cosas, le compré un portátil con adsl para que viera las ediciones digitales –porque las esquelas son menos visibles-. Lo que no sabíamos hasta que ayer se la llevaron esposada es que hubiera hackeado la web de la Conferencia Episcopal con una foto de Rouco Sigfredi –le había puesto una tira negra para taparle los... ojos-. No parece gustarle Rouco. El periódico sólo trae calamidades.