06 marzo 2008

Embreando

En mi pueblo tenemos dos puentes, uno viejo y uno nuevo. El viejo está en obras, porque una mañana salió Corpas de su sarcófago, se estiró hasta mi pueblo y dijo: que lo arreglen. Y se volvió a meter en su armario madriguera. El nuevo, en cambio, no lo arreglan, el firme me refiero. Como mi pueblo es de la montaña, nieva y llueve, hiela, el hielo se expande y destroza la brea. Se forman unos socabrones importantes. En uno de ellos un verano instalamos la piscina pública. Durante décadas, en lugar de reasfaltar la carretera, se dedicaron a poner parches, parches que, indefectiblemente, volvían a estallar en invierno. Al final aquel tramo parecía un enorme depósito de chicles de regaliz pisados. El Departamento de Salud es una fábrica de brea. Cuando el socavón alcanza tamaño persona y el nivel de ruido de las protestas supera el 9 en la escala de Ritcher, parche que te crío. Enfermeras, médicos de especializada, de primaria, rurales, urgencias generales, de pediatría, listas de espera, rayos, anestesistas, parking de hospitales, falta de camas en los hospitales. Supongo que a los del think-tank éste que hablaban de pagar un precio simbólico por ser atendidos a tiempo y como nos hemos ganado todo esto les resultará banal, ya que, supongo también, la gran mayoría de ellos acuden a la privada, que es a donde se envía también a los que no pueden ser atendidos en la pública, previo pago por parte de la red pública, claro está. A mi banal banal no me parece. Lo único que sé es que aquí, o por falta de interés, de medios, de previsión o, directamente, por no querer reconocer la realidad, la sanidad pública está estallando como la brea del puente de mi pueblo. O se reasfalta todo o algunos se están haciendo de oro a costa de la salud ajena, que mira que es triste.