Morriña
Si usted lee esto en su lugar de residencia habitual es que usted no se ha ido de vacaciones. O que se ha ido pero tan cerca que yo no lo considero ni vacaciones, se habrá ido al pueblo o a algún sitio así lleno de boñigas. Le envidio. Yo estoy fuera, en un lugar comprendido entre la Ruta 66 y el Transiberiano. Y me aburro. Llevo cuatro días sin hacer la comida, con lo que me gusta a mi hacer la comida. Tampoco me hago la cama, con lo que disfruto yo viéndola regresar a su estado natural. Desde hace más de 96 horas no escucho al hijo del vecino tocar a la flauta y a la hora de la siesta esa maravillosa pieza que arranca con Adeste Fideles. Hace días que no veo la televisión, con lo enganchando que estoy yo a los políticos locales y sus cuitas, interesantísimas todas ellas. Tampoco puedo leer mis periódicos habituales, lo que significa que ni siquiera podré comprobar que este artículo ha salido, algo que siempre hago no vaya a ser que luego no me lo paguen. Estar fuera de casa es un engorro, que hay que estar todo el tiempo aprendiendo cosas nuevas y yo ya tengo el PC repleto –hace poco hice algo de hueco, vacié el archivo de saber de memoria los récords del mundo de atletismo y he metido un par de recetas y los nombres de los últimos hijos de mis amigos, que no me cabían-. Además, eso de que la ignorancia se cura viajando es mentira. Miren si no Paul McCartney, que se ha recorrido todo el mundo y no fue capaz de ver lo que veíamos todos, que la Heather ésa sólo quería sacarle la pasta. Si eso no es ignorancia sentimental ya me dirán qué es. Menos mal que todo lo que empieza acaba y en nada estaré de nuevo de vuelta, donde todo toma sentido, amanece siempre por el mismo sitio y todos nos conocemos por el nombre. Que no cariño, que no me apetece otro daiquiri.
Si usted lee esto en su lugar de residencia habitual es que usted no se ha ido de vacaciones. O que se ha ido pero tan cerca que yo no lo considero ni vacaciones, se habrá ido al pueblo o a algún sitio así lleno de boñigas. Le envidio. Yo estoy fuera, en un lugar comprendido entre la Ruta 66 y el Transiberiano. Y me aburro. Llevo cuatro días sin hacer la comida, con lo que me gusta a mi hacer la comida. Tampoco me hago la cama, con lo que disfruto yo viéndola regresar a su estado natural. Desde hace más de 96 horas no escucho al hijo del vecino tocar a la flauta y a la hora de la siesta esa maravillosa pieza que arranca con Adeste Fideles. Hace días que no veo la televisión, con lo enganchando que estoy yo a los políticos locales y sus cuitas, interesantísimas todas ellas. Tampoco puedo leer mis periódicos habituales, lo que significa que ni siquiera podré comprobar que este artículo ha salido, algo que siempre hago no vaya a ser que luego no me lo paguen. Estar fuera de casa es un engorro, que hay que estar todo el tiempo aprendiendo cosas nuevas y yo ya tengo el PC repleto –hace poco hice algo de hueco, vacié el archivo de saber de memoria los récords del mundo de atletismo y he metido un par de recetas y los nombres de los últimos hijos de mis amigos, que no me cabían-. Además, eso de que la ignorancia se cura viajando es mentira. Miren si no Paul McCartney, que se ha recorrido todo el mundo y no fue capaz de ver lo que veíamos todos, que la Heather ésa sólo quería sacarle la pasta. Si eso no es ignorancia sentimental ya me dirán qué es. Menos mal que todo lo que empieza acaba y en nada estaré de nuevo de vuelta, donde todo toma sentido, amanece siempre por el mismo sitio y todos nos conocemos por el nombre. Que no cariño, que no me apetece otro daiquiri.
1 Comments:
Nagore, hombre, tú vales más que estas faenas de aliño.
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