16 marzo 2008

País

A parte de la barrila que nos espera de aquí a mayo, lo malo de Chikiliquatre, ese Unabomber de Eurovisión, es que lleva tras de sí una maquinaria mediática de tal calibre que anula de cuajo toda la gracia que podría tener que un friki real –no un actor, sino alguien que es friki pero piensa que es de lo más normal- hubiese resultado el vencedor de una votación popular ante los denominados cantantes de verdad. Al final, lo único que se ha logrado es que un tipo de marketing se haya impuesto a otro tipo de marketing, que una mierda declarada de canción haya derrotado a una mierda sin declarar de canción y que, a la vuelta de publicidad, el año que viene, Televisión Española se ponga la pila y trate de recoger las cenizas que haya dejado Rodolfo y nos sigan endilgando la bazofia de Eurovisión por lo menos hasta el 2030, sacándose de la manga otro OT o algún chandrío similar con el que Uribarri, la Carrá y algunos más puedan seguir luciendo por los platós. No obstante, mejor es que vaya Rodolfo que una burda copia de Mónica Naranjo o de Ricky Martín, que eran algunos de los aspirantes a vivir por la jeró unos cuantos años a costa de este esperpento del medievo y del que en este país sabemos mucho porque Massiel aún deambula por los programas como un fantasma del pasado. Chikiliquatre irá a Belgrado, Buenafuente y La Sexta obtendrán los réditos que se han ganado a pulso con su sentido de la oportunidad y del ingenio, pero usted y yo, amigo duque, usted y yo tendremos que seguir soportando que durante varios meses al año en este país se hable de quién va o no va a Eurovisión, mientras las televisiones generalistas siguen sin ofrecer prácticamente ni un minuto de música de calidad pero sí mucho mira quien baila, mira quien canta, mira quien folla y mira quien cobra.