04 junio 2008

Camisetas

He dicho más de una vez que soy un tipo de costumbres. Una de mis costumbres más arraigadas, y que tanto le irrita, con razón, a la santa de mi rival, es mi fobia absoluta por la ropa. Mi sistema es el siguiente: uso cada semana 7 camisetas y 7 camisas –aunque haga 30 grados siempre uso camiseta, como Brando, aunque con menos bíceps, y menos hijos ilegítimos-. Con este sistema, lo que sucede es que, al final de la semana, lo que estaba arriba en el armario sigue estando arriba en el armario, con lo cual la pescadilla que se muerde la cola es obvia. Fruto de esto, por mucho que mi familia o mi rival, que tanto me quieren, me regalen algo, al final siempre llevo lo mismo, así se caiga a pedazos. De esta guisa iba ayer cuando una mujer, observando mi anorak naranja, me preguntó, con toda su buena intención, si era de Telefónica. Ignoro si los de Telefónica van de naranja, o incluso si van de traje, pero, ya que estaba ahí, le dije que sí, que de Telefónica o de lo que le hiciera falta. Total, que a la señora, a que le daba lo mismo que yo fuera de Telefónica o del Politz Buró, no tardó un segundo en mandarme a hacer viento, viendo como veía, aunque fuera a su peculiar manera, que mi único interés era darle el sí de los tontos. Les cuento esto para que vean que nada es lo que parece y que, aunque parezca mentira, la gente que menos te esperas que es capaz de ver la realidad tal y como es, en algunos momentos tiene la sensatez de dejarte claro que no te necesitan, que lo que añoran es alguien capaz de reconocer que si no nos hemos vuelto todos locos es por una simple cuestión de suerte, de tener camisetas o un ángel que nos protega de esos peligros que cualquier día, con o sin motivo, nos llevarán a eso que, pomposamente, llamamos la locura.