Echo de menos la huelga, esos claros que contemplé la otra mañana en mi ultramarinos, concretamente en la sección de lomo, pechugas, delicias de pollo y pizzas. De haber durado la cosa algo más, esta sensación de amplitud se hubiera extendido como un bálsamo visual hacia los estantes del atún, los garbanzos, las magdalenas, el café y habría dado la vuelta y habría seguido por donde el aceite, los yogures, las bolsas de basura, la lejía y, finalmente, hasta esos expositores que siempre están colocados cerca de la caja para que piques unos chicles, unos pistachos o unas pilas. Por no quedar, no hubiesen quedado ni bolsas de plástico, y esas dependientas tan simpáticas que nos atienden se habrían acercado a Arrasate o a Taberna a tomarse un café con los carniceros de su izquierda, el chaval de López, el frutero de mitad de San Antón y Mikel, de colchonería Purroy, hablando de sus cosas y mira, por fin parece que sale el sol y yo esta tarde me voy un rato a pasear, que no sabes lo bien que sienta pasear una tarde de junio mientras el resto del mundo trabaja. No hubiese pasado, sencillamente, nada, más que durante algún tiempo no habría qué vender, qué comprar y de qué preocuparse, porque seguro que a última hora algunos tipos sentados a una mesa de Madrid habrían solucionado lo que ni siquiera tendría que haber empezado. Hubiésemos comido lo que teníamos por casa o, de no tener mucho, hubiésemos comido menos. Esta táctica la llevan probando en África durante milenios y no tienen obesidad infantil y en cambio sí cuentan con unos atletas de primer nivel. Tampoco es cuestión de copiarles, pero al menos unas veces al año no nos vendría mal un poco de escasez para poder valorar de verdad esta abundancia tan obscena que es mucho más dañina que una simple y justa huelga.
14 junio 2008
Echo de menos la huelga, esos claros que contemplé la otra mañana en mi ultramarinos, concretamente en la sección de lomo, pechugas, delicias de pollo y pizzas. De haber durado la cosa algo más, esta sensación de amplitud se hubiera extendido como un bálsamo visual hacia los estantes del atún, los garbanzos, las magdalenas, el café y habría dado la vuelta y habría seguido por donde el aceite, los yogures, las bolsas de basura, la lejía y, finalmente, hasta esos expositores que siempre están colocados cerca de la caja para que piques unos chicles, unos pistachos o unas pilas. Por no quedar, no hubiesen quedado ni bolsas de plástico, y esas dependientas tan simpáticas que nos atienden se habrían acercado a Arrasate o a Taberna a tomarse un café con los carniceros de su izquierda, el chaval de López, el frutero de mitad de San Antón y Mikel, de colchonería Purroy, hablando de sus cosas y mira, por fin parece que sale el sol y yo esta tarde me voy un rato a pasear, que no sabes lo bien que sienta pasear una tarde de junio mientras el resto del mundo trabaja. No hubiese pasado, sencillamente, nada, más que durante algún tiempo no habría qué vender, qué comprar y de qué preocuparse, porque seguro que a última hora algunos tipos sentados a una mesa de Madrid habrían solucionado lo que ni siquiera tendría que haber empezado. Hubiésemos comido lo que teníamos por casa o, de no tener mucho, hubiésemos comido menos. Esta táctica la llevan probando en África durante milenios y no tienen obesidad infantil y en cambio sí cuentan con unos atletas de primer nivel. Tampoco es cuestión de copiarles, pero al menos unas veces al año no nos vendría mal un poco de escasez para poder valorar de verdad esta abundancia tan obscena que es mucho más dañina que una simple y justa huelga.
2 Comments:
Coincido en todo contigo, excepto en lo de una "justa huelga"
Puedo decir que en todos estos días, no he comprado ni una laminita de menta, ni nada más, que lo de costumbre. Y si algo falta, otros sobreviven con bastante menos. En el supuesto de que consigan sobrevivir, claro.
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