Mi hermana
En mi casa estamos tranquilos, rozando la suficiencia, el insulto. Somos como esas familias que pasean unidas y, a nuestra vista, parece que mean colonia y que nunca tienen el fregadero sucio, que en cuanto les surge un problema que nunca jamás les surge reaccionan y viven entre sábanas de seda y Héctor o Borja descansan bajo un edredón de Goofy, lo que siempre, invariablemente, es mentira, porque, ya lo dijo Televisa, los ricos también lloran. Eso, ahora mismo, me pasa a mi. A mí y a mi tía y a mi abuela y a mi madre y a mi hermano y a las amigas de mi hermana. La culpable es mi hermana. Contemplo a esos pobres diablos llenar sus carros y me dan lástima, lástima porque no son amigas de mi hermana. A mí, como a Manu Chao, también me llaman el desabastecido, pero, teniendo esta hermana, eso del desabastecimiento me parece una minucia. Mi hermana, al margen de huelgas, es, en sí misma, un acopio. Tiene zumos para dar de avituallar al Caisse de Epargne en todo el Tour, es capaz de mantener el asalto de El Álamo sin un asomo de hambre de cualquier clase. Abrir su frigorífico es fácil, lo difícil es cerrarlo sin que te salte un ojo la cerraja. Posee latas de bonito que harían palidecer a las que se llevó Admunsen. Es, en definitiva, un Mercamadrid. De ahí que nosotros os contemplemos, pobres gentes, con un punto de misericordia cristiana o atea o lo que sea, porque sabemos que os hace falta un bote de Orlando para echar a los macarrones o un poco de aceite para aliñar la ensalada. Os comprendemos, estamos con vosotros, pero tened en cuenta que la vida, en último término, es lo que cada uno se inventa, y que si mi hermana ha decidido que le merece la pena tener en casa una lata de garbanzos que caduca en el 2015, es problema suyo. Gracias hermana, te quiero.
En mi casa estamos tranquilos, rozando la suficiencia, el insulto. Somos como esas familias que pasean unidas y, a nuestra vista, parece que mean colonia y que nunca tienen el fregadero sucio, que en cuanto les surge un problema que nunca jamás les surge reaccionan y viven entre sábanas de seda y Héctor o Borja descansan bajo un edredón de Goofy, lo que siempre, invariablemente, es mentira, porque, ya lo dijo Televisa, los ricos también lloran. Eso, ahora mismo, me pasa a mi. A mí y a mi tía y a mi abuela y a mi madre y a mi hermano y a las amigas de mi hermana. La culpable es mi hermana. Contemplo a esos pobres diablos llenar sus carros y me dan lástima, lástima porque no son amigas de mi hermana. A mí, como a Manu Chao, también me llaman el desabastecido, pero, teniendo esta hermana, eso del desabastecimiento me parece una minucia. Mi hermana, al margen de huelgas, es, en sí misma, un acopio. Tiene zumos para dar de avituallar al Caisse de Epargne en todo el Tour, es capaz de mantener el asalto de El Álamo sin un asomo de hambre de cualquier clase. Abrir su frigorífico es fácil, lo difícil es cerrarlo sin que te salte un ojo la cerraja. Posee latas de bonito que harían palidecer a las que se llevó Admunsen. Es, en definitiva, un Mercamadrid. De ahí que nosotros os contemplemos, pobres gentes, con un punto de misericordia cristiana o atea o lo que sea, porque sabemos que os hace falta un bote de Orlando para echar a los macarrones o un poco de aceite para aliñar la ensalada. Os comprendemos, estamos con vosotros, pero tened en cuenta que la vida, en último término, es lo que cada uno se inventa, y que si mi hermana ha decidido que le merece la pena tener en casa una lata de garbanzos que caduca en el 2015, es problema suyo. Gracias hermana, te quiero.
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