13 septiembre 2008

Verlo

Armstrong, aquel cuyos varios gregarios de la mejor elite –Landis, Hamilton, Heras- se dieron al Epo, a las autotransfusiones, a la testosterona y a toda clase de pastillas varias, vuelve, lo que no se sabe si es bueno, malo o regular. Armstrong, que al parecer se aburre más que Antoñete haciendo punto, avisa de que regresa para demostrar a sí mismo y a los demás que todo lo que hizo hace unos años estaba libre de pecado. Es la lacra del ciclismo, que no sólo hay que ser bueno sino además parecerlo, y encima varias veces. Indurain ya ha dicho que él no lo haría, eso de volver, y que lo del yankee le parece regular. No le entiendo, a Indurain. Si Armstrong quiere volver es su santo problema, de la misma manera que si hubiera vuelto él. No sé, me mosquea Pindu, me llama la atención, es como cuando no le pareció bien que Riis reconociera que se había metido hasta el alcanfort cuando ganó el Tour del 96, aquel en el que un seis de julio el propio Indu petó en Les Arcs. Si algo tiene el ciclismo es la absoluta necesidad de que los que lo vemos sepamos quién va limpio y quién va sucio, de que seamos capaces de distinguir a los corredores de los marcianos. Que vuelva este hombre siempre va a ser algo bueno, por el simple hecho de que sólo así sabremos qué es lo que le distinguía hace unos años, si era su calidad o si era otra cosa, ahora que parece que sí que es verdad que se coge a los tramposos. No sé, hace un tiempo le escuché a un corredor decir que era imposible hacer 200 kilómetros a base de macarrones y chorizo. Es mentira. Se puede hacer perfectamente. Lo que no se puede hacer es a 45 kilómetros por hora de media, tal y como se hace ahora, tal y como lo hacía Armstrong o el que fuera. Los ciclistas tienen la solución. Y los demás tenemos que comprobarla.