Muy buenas
Era un asesino, de eso no nos cabía la menor duda. Nuestro vecino de playa era un psicópata peligroso y allá estábamos nosotros, mi rival y yo, a menos de cinco metros de él, tratando de escapar de su radio de acción, moviendo las toallas hacia nuestra izquierda, concretamente hacia una alemana con toda la pinta de haberse bebido la cosecha anual de cerveza caliente al norte de Wiesbaden, lo que le confería, al margen de un estómago en el que podía colocar los marcos con las fotos de los nietos, una serena placidez, por no decir que estaba borracha como una orca. El asesino seguía a lo suyo, a asesinar. Empezó por su mujer, que prácticamente venía asesinada de casa, y prosiguió con una pareja de inocentes que cometieron el grave error de preguntarle que qué tal habían cenado el otro día en el restaurante nuevo. Como todo buen asesino léxico, nuestro vecino de playa comenzó a rememorar con maestría y todo lujo de detalles –amén de con esos cambios de volumen que parecía haber copiado de cuando en las televisiones pasan de la película a los anuncios y te estallan los tímpanos- el menú, el precio, el servicio y absolutamente todos y cada uno de los pensamientos que se le venían a la cabeza. Si le mirabas a la frente se le podía leer en formato teletexto lo que iba a decir a continuación, mientras gesticulaba y se subía tanto el bañador hacia arriba que sólo de mirarlo dolía. Cuando nos fuimos a comer aún seguía, creo recordar que explicándole a su nuevo amigo cómo funcionaba una plata desaladora o quizá era cómo desalar un bacalo, no sé, hacía bastante viento. Uno de esos tipos que cree saber de casi todo y no sabe de nada, pero que una por una lo suelta, no sea que se le enquiste un pensamiento. Como el mendas. Un placer otra vez. Para desalar un bacalao es ...
Era un asesino, de eso no nos cabía la menor duda. Nuestro vecino de playa era un psicópata peligroso y allá estábamos nosotros, mi rival y yo, a menos de cinco metros de él, tratando de escapar de su radio de acción, moviendo las toallas hacia nuestra izquierda, concretamente hacia una alemana con toda la pinta de haberse bebido la cosecha anual de cerveza caliente al norte de Wiesbaden, lo que le confería, al margen de un estómago en el que podía colocar los marcos con las fotos de los nietos, una serena placidez, por no decir que estaba borracha como una orca. El asesino seguía a lo suyo, a asesinar. Empezó por su mujer, que prácticamente venía asesinada de casa, y prosiguió con una pareja de inocentes que cometieron el grave error de preguntarle que qué tal habían cenado el otro día en el restaurante nuevo. Como todo buen asesino léxico, nuestro vecino de playa comenzó a rememorar con maestría y todo lujo de detalles –amén de con esos cambios de volumen que parecía haber copiado de cuando en las televisiones pasan de la película a los anuncios y te estallan los tímpanos- el menú, el precio, el servicio y absolutamente todos y cada uno de los pensamientos que se le venían a la cabeza. Si le mirabas a la frente se le podía leer en formato teletexto lo que iba a decir a continuación, mientras gesticulaba y se subía tanto el bañador hacia arriba que sólo de mirarlo dolía. Cuando nos fuimos a comer aún seguía, creo recordar que explicándole a su nuevo amigo cómo funcionaba una plata desaladora o quizá era cómo desalar un bacalo, no sé, hacía bastante viento. Uno de esos tipos que cree saber de casi todo y no sabe de nada, pero que una por una lo suelta, no sea que se le enquiste un pensamiento. Como el mendas. Un placer otra vez. Para desalar un bacalao es ...
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