Qué paciencia
Al revés que para otras iglesias, que tratan de recuperar la masa que ellas mismas llevan años perdiendo –las curias, digo, no muchos de los que están a pie de andamio- echando mano de agresivas campañas que reducen asuntos sumamente complejos y sensibles a eslóganes e imágenes que jamás podrán –por reduccionistas y, por tanto, simples, vengan de donde vengan- ofrecer nada más que enfrentamiento, pasmo y poco más –supongo, porque no he leído la ley, que al igual que muchas leyes ésta también es de las que comentaba Otto Von Bismarck: no hay nada peor que ver cómo se hacen las leyes y las salchichas-, la semana que mañana finaliza ha resultado inspiradora para los fieles de la Iglesia Dylanita del Séptimo Día. Y es que fue precisamente el pasado domingo cuando no sólo El Maestro comenzó a predicar de nuevo por Europa –cierto que a 80 euros la plaza, pero, si lo comparas con otras iglesias, barato- si no que, además, cantó por vez primera en directo una oración escrita hace 37 años, una piedra preciosa que durante casi cuatro décadas sólo nos ha sido dado poder apreciar en su grabada versión original, cuando el mundo casi ni era mundo –hasta se podía follar con preservativo sin miedo a extender el VIH, no como ahora, que hay que quitárselo por prevención-. Sólo un predicador con poco ego –o con mucho pero mucha paciencia y fe en uno mismo y en su salud- es capaz de no mostrar al mundo todas sus bellezas y aguardar 40 años para obsequiar con la que él sabe que es una de sus mejores prédicas. La canción se llama Billy. Empieza así: al otro lado del río hay fusiles que te apuntan, un comisario te sigue el rastro, desea cazarte, los cazarecompensas también quieren atraparte. Billy, a ellos no les gusta que seas libre. De rabiosa actualidad, sólo cambian las armas.
Al revés que para otras iglesias, que tratan de recuperar la masa que ellas mismas llevan años perdiendo –las curias, digo, no muchos de los que están a pie de andamio- echando mano de agresivas campañas que reducen asuntos sumamente complejos y sensibles a eslóganes e imágenes que jamás podrán –por reduccionistas y, por tanto, simples, vengan de donde vengan- ofrecer nada más que enfrentamiento, pasmo y poco más –supongo, porque no he leído la ley, que al igual que muchas leyes ésta también es de las que comentaba Otto Von Bismarck: no hay nada peor que ver cómo se hacen las leyes y las salchichas-, la semana que mañana finaliza ha resultado inspiradora para los fieles de la Iglesia Dylanita del Séptimo Día. Y es que fue precisamente el pasado domingo cuando no sólo El Maestro comenzó a predicar de nuevo por Europa –cierto que a 80 euros la plaza, pero, si lo comparas con otras iglesias, barato- si no que, además, cantó por vez primera en directo una oración escrita hace 37 años, una piedra preciosa que durante casi cuatro décadas sólo nos ha sido dado poder apreciar en su grabada versión original, cuando el mundo casi ni era mundo –hasta se podía follar con preservativo sin miedo a extender el VIH, no como ahora, que hay que quitárselo por prevención-. Sólo un predicador con poco ego –o con mucho pero mucha paciencia y fe en uno mismo y en su salud- es capaz de no mostrar al mundo todas sus bellezas y aguardar 40 años para obsequiar con la que él sabe que es una de sus mejores prédicas. La canción se llama Billy. Empieza así: al otro lado del río hay fusiles que te apuntan, un comisario te sigue el rastro, desea cazarte, los cazarecompensas también quieren atraparte. Billy, a ellos no les gusta que seas libre. De rabiosa actualidad, sólo cambian las armas.
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