Recorte

No soy de esos obsesivos que piden servilletas en los bares para anotar ideas y frases. Coño, las servilletas de los bares son para lo que son, no para andar anotando bobadas para los artículos. Además, anotar es trampa. Las noches que me desvelo y me empieza a funcionar la lavadora de hacer frases o de pensar paridas tampoco me levanto y voy al ordenador a escribir, trato de buscarme el botón de apagar o, como mucho, me levanto, pongo la tele y me amodorro. Pues eso, que lo de levantarse, aparte de ser trampa también, es de cobardes, como comer fruta. Joder, si tienes todo el día siguiente, ¿no? Los escritores a todo ese proceso tan mazacote de elaborar textos le llaman trabajar y si yo precisamente me dedico a esto de juntar letras es para no tener que trabajar, lo cual tiene mucho trabajo, hay que trabajar mucho para no trabajar. Pero lo que sí hago muy de vez en cuando es guardarme algún recorte. Tengo uno desde hará cosa de un mes en la cartera. Es de una revista y lo firma un tipo que no cito porque como tengo previsto insultarle y llevo hambre atrasada no quiero molestarle, porque todos tenemos una madre. Extracto una frase: actualmente es casi imposible encontrar entre la gente normal un interlocutor que sepa devolvernos la pelota con talento. ¿Qué, cómo se les ha quedao el cuerpo?, ¿a qué tiene la criatura sesenta manos de ostias? Es un aprendiz de esos de Oscar Wilde que pululan por ahí, que se creen que por ser o aparentar ser homosexuales ya tienen algo a su favor y así te lo hacen saber. Joder, un gilipollas es un gilipollas aquí y en Chueca. Este seguro que se apunta ideas y se levanta a la noche. Así terminaba su artículo: en verdad os digo que no entiendo cómo no se toma en serio a las gentes de la alta sociedad. Por mamones como tú, atontao.