02 mayo 2009

Benetton

Al parecer, Brad Pitt ha abandonado la casa que comparte con la hija de John Voight, porque, según esas mismas fuentes –un señor que duerme en la caseta del perro, pero con Wi-Fi-, “no tienen mucha intimidad”. Claro, es lo que pasa cuando te pones a adoptar niños como el que chupa Chimos, que en lo que tarda Jamie Oliver en pringar una cocina –qué marrano es este chico- ya tienes en el salón a medio Orfeón Donostiarra con los mocos colgando y un metro de estatura y además de todos los colores, salvo azul zian, porque la pareja feliz y comprometida aún no se ha pasado por Ucrania. Un anuncio de esos de Benetton tenían estos en casa. Y eso, la verdad, tiene que ser cuando menos desconcertante, sobre todo cuando te levantas por la mañana muy dormido y subes la tapa del water para echar un meo y ves a Zahara jiñando en el bidé –porque Zahara también está algo dormida, no porque sea tan marrana como Jamie Oliver. Y además es una niña. Y aún no cocina-. Me recuerda a esa escena de Amanece que no es poco: “¡coño, un negro!”. Eso a Brad seguro que le hace sentirse algo culpable, digo yo, porque adoptar un niño, al menos para la gente que no es tan feliz y comprometida como ellos, es una cosa muy seria, quizá más seria aún que tener un hijo por el sistema tradicional. Tengo un amigo que tiene tres hijos adoptados. Son trillizos y son sus hijos. Tuvo que pasar –con razón- miles de horas y de pruebas y de estudios para que esas tres vidas le fueran confiadas, porque no se puede ir por la vida de rescatador, como van algunos, ya que al final hay que volver a rescatar a los adoptados de algunos padres que seguro que les quieren mucho pero que todavía se quieren mucho más a sí mismos y a su imagen feliz y comprometida. Pero vamos, nada nuevo, taraos hay en todas partes.