26 febrero 2010

Unas gotillas

Menos mal que el miércoles cayeron unas gotillas, porque se estaban quedando los montes chucarraos perdidos, parecía esto el Chad, jesús, qué invierno más seco. Como está el tiempo muy seco y ya sabemos que la sequedad irrita las mucosas, ayer me compré una bufanda para las branquias, que se me estaban poniendo del mismo color que las de las truchas los lunes en la pescadería, que te miran con esos ojos que parece que en cualquier momento van a decir ¿la última? Gracias a la bufanda, mis branquias han recuperado su tono óptimo y cuando aleteo no concito las miradas del resto de vertebrados acuáticos. Hay una señora perca que compra el pan en el mismo sitio que yo que es la envidia del barrio: usa un neopreno especial, que apenas ofrece resistencia. A nada que te despistas un segundo mirando una oferta de un kilo de larvas deshidratadas –potencia los músculos de la zona de la cola, básicos para salir disparado cuando suena el timbre de fin de turno de la piscifactoría- ya la tienes puesta la primera en el mostrador: siempre se lleva la mejor puesta de espirulinas. Nos hicimos fuertes todas las de la calle y la semana pasada no le dijimos que el fin de semana nos íbamos a ir a remontar el Ebro hasta Reinosa para desovar. Eso le sentó fatal y lleva varios días con un carácter de lo más espinoso. Ella sabrá. Y el merluzo de su marido. Mañana tenemos el preolímpico: las cuatro primeras que crucen San Nicolás hasta las escaleras de la Plaza del Castillo se clasifican. Las de Cipriano son claras favoritas. Se conocen al dedillo todas las corrientes. Por lo demás, los días son bastante tranquilos y cuando llegan las visitas de Miguel, Yolanda y Roberto admiran nuestros llamativos colores y nos lanzan unos copos nuevos que, todo hay que decirlo, saben a mierda puta.