Señor Juez

Apenas pude comer ayer. Me levanté de la cama con un esfuerzo sobrehumano, preso de una profunda depresión exógena. La endógena la dejé en una taquilla de la piscina en 2001 y aún no me la han devuelto. Lo veía todo negro. Desayuné lo primero que pillé y arrastrando los pies me senté en el sofá a ver la tele. No la enchufé. Tiene polvo. Luego me dormí, me desperté, comí una loncha de jamón de York y un poco de zumo y me eché la siesta hasta las siete. Me dí un baño, leí sin ganas un libro de un tal Echenoz, lo dejé a las dos páginas, cené un tranchette y me metí en la cama. La depresión me viene porque un juez ha dicho que con devolverle el piso al banco ya se salda la hipoteca y eso es muy bonito moralmente pero me veo que a lo peor esto se extiende, más bancos entran en quiebra, el gobierno les inyecta más dinero, sube el déficit, vienen los mercados, nos bajan la calificación, hay que emitir más deuda, nos suben la jubilación hasta los 71, bajan los salarios, sube el gas, la luz, el autobús, el tabaco, el pan –está al caer-, el jamón de York y los tranchettes. Un puto cataclismo, vaya. No se puede ir por la vida así, tan alegremente, señor Juez, aquí tenemos unas normas y las normas es que si nos dan por el bul en nuestro propio beneficio para que esto no se tambalee aún más tenemos que aceptarlo cristianamente por el bien común. ¿No escuchó usted ayer al presidente de la CEN decir que la huelga había sido “una locura”? Tiene razón. Todo lo demás es de una cordura tan milimétrica que acciones como la suya ponen en claro riesgo este porculismo en el que estamos instalados pero al que ya nos hemos acostumbrado y además, de aquí a nada, en cinco meses, ya tenemos San Fermín y las fiestas de los pueblos. Usted no tiene corazón, señor Juez. Usted es un rojo.