¿Me cenas?
Bueno, bien, algún día se lo
tenía que decir: dejo de escribir estos textos. ¿Motivo? Se me llaga el culo. Y
de pie no sé, porque además tecleo en el móvil solo con un dedo y me cansaría.
No, que quiero hacer otras cosas, pa que cuando palme los de la revista
de antiguos alumnos de mi cole tengan algo pa poner. Creo que me
voy a decidir por dedicarme al coaching. Primero tendré que enterarme
qué es, pero queda muy bien. Pienso bajar al Eroski a hacerme unas tarjetas de
visita de esas que por 10 euros te haces 1.000, escritas en el tipo de letra
del cronómetro de Moscú’80 y que destiñen: Jorge Nagore. Coach. ¿Y de qué seré coach? Ayva
la hostia: pues de todo. Que me especialice, que me especialice, me
dicen. ¡Que no! Eso es de cobardes. De todo, qué coño. Como uno al que sigo en tuiter,
que, en esa mini biografía que puedes poner, tiene él puesto: experto en
inteligencia competitiva y estratégica. A mi me da una envidia horrible.
Insana. Experto. Eso tiene que ser la hostia de bien. Pero no lo veo como
para mi. Mucha responsabilidad. Te para la gente por la calle, que les hagas
estrategias... Quita, quita. Mejor coach, que te aprendes cuatro o cinco
consejitos, dos gracietas y a funcionar. Dar charlas y tal. Con bien de
filminas. En inglés. Y tiempo libre, para el running. Esto también se lo
leí a uno que sigo: 11 kilómetros de running para eliminar los excesos
navideños. Había ido a correr, mamá. Eso significa. Es de aquí, de toda la
puta vida, pero no corre: hace running. Ese es el futuro, madre, no esta
mierda que hago. O el management, que ya es cuando te hacen las tarjetas
a cargo de la empresa. No sé, madre, my god, está todo lleno de
oportunidades, a nada que des con el gilipuertas de mecenas adecuao. Si
yo mismo pudiera financiarme...
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