Papelitos
“Tuve que llamar señor agente, tuve que llamar, usted lo comprenderá, que tendrá mujer e hijos, señor autoridad, que me urgía”. “Na de eso chaval, llamar a un teléfono y mentir sobre la personalidad propia de uno es delito de cuerpo presente. Personalmente en persona lo pienso empapelar si no me da una explicación a luces todas aclaratoria del incidente relativo”. “Mire, señor agente. Pues se lo explico con instrucciones. Esto empieza cuando al buzón de mi casa empiezan a llegar unos papeles pequeños escritos con letras de colegial que dicen que compran piso por esa zona o que venden piso por esa zona y que llamemos al... ¿Esto va a salir por televisión, que yo no quiero problemas”. “No”. “Da igual, no me arriesgo, que llamemos al piiiii y 670 los tres últimos números y preguntemos por un tal piiiii. Y así, día tras otro. Y en la calle y en los comercios, siempre los mismos mensajes con distintas letras pero el mismo teléfono. Yo, que estudios no tengo pero si economato y que no me chupo la viga maestra porque no me llego, me pienso pa mi: ¡ahh, perillán, tunante, pocafe, tú eres de una inmobiliaria, tú eres un forajido enmascarado, tú no has oído a El Maestro cuando dice que incluso para vivir fuera de la ley hay que ser honesto! Y me encendí, señor pistolas, lo asumo”. “Abunde, abunde”. “Pues eso, que pasaos seis meses y 100 papelitos, pues que tuve que llamar y preguntar por el tal piiiii, que me compraba un piso, decía, el tío mentiras”. “Y le mintió”. “Los dos, señor placas, los dos. Que yo quedé con él al día siguiente en un bar equis pero él no me dijo que era de una inmobiliaria que esparcía los papelitos pa pillar incautos y llevarse las comisiones alicuotas”. “¿Y?” “Pues que aún estará esperando”. “Le invito a una caña”.
“Tuve que llamar señor agente, tuve que llamar, usted lo comprenderá, que tendrá mujer e hijos, señor autoridad, que me urgía”. “Na de eso chaval, llamar a un teléfono y mentir sobre la personalidad propia de uno es delito de cuerpo presente. Personalmente en persona lo pienso empapelar si no me da una explicación a luces todas aclaratoria del incidente relativo”. “Mire, señor agente. Pues se lo explico con instrucciones. Esto empieza cuando al buzón de mi casa empiezan a llegar unos papeles pequeños escritos con letras de colegial que dicen que compran piso por esa zona o que venden piso por esa zona y que llamemos al... ¿Esto va a salir por televisión, que yo no quiero problemas”. “No”. “Da igual, no me arriesgo, que llamemos al piiiii y 670 los tres últimos números y preguntemos por un tal piiiii. Y así, día tras otro. Y en la calle y en los comercios, siempre los mismos mensajes con distintas letras pero el mismo teléfono. Yo, que estudios no tengo pero si economato y que no me chupo la viga maestra porque no me llego, me pienso pa mi: ¡ahh, perillán, tunante, pocafe, tú eres de una inmobiliaria, tú eres un forajido enmascarado, tú no has oído a El Maestro cuando dice que incluso para vivir fuera de la ley hay que ser honesto! Y me encendí, señor pistolas, lo asumo”. “Abunde, abunde”. “Pues eso, que pasaos seis meses y 100 papelitos, pues que tuve que llamar y preguntar por el tal piiiii, que me compraba un piso, decía, el tío mentiras”. “Y le mintió”. “Los dos, señor placas, los dos. Que yo quedé con él al día siguiente en un bar equis pero él no me dijo que era de una inmobiliaria que esparcía los papelitos pa pillar incautos y llevarse las comisiones alicuotas”. “¿Y?” “Pues que aún estará esperando”. “Le invito a una caña”.
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