Silencio
Se sienta durante horas con las rodillas juntas, la cara mirando al suelo y las manos sosteniendo un pequeño canastillo. Hace frío y llueve y la he visto ahí cuando hace más que frío y nieva. Si bajas la mirada, debajo del pañuelo que le cubre la cabeza, se pueden ver unos ojos tristes como hace tiempo que no veo. En todo este tiempo, nunca le he oído decir una sola palabra, ni agitar el canastillo, ni ejecutar un solo movimiento brusco. Yo se lo agradezco y, cuando la veo o me acuerdo, me acerco y le lanzo una moneda desde mi pedestal, como decía El Maestro. No sé si será una estrategia de marketing como otra cualquiera, pero lo cierto es que es la única que a mi me convence. Hace ya años que obvio a los limpiacristales, a los pañueleros, a los que van con muletas, a los que usan gatitos, perritos o espantosas heridas. Sé que es cruel y que cada uno es como es, en la riqueza o en la pobreza, pero la verdad es que cada vez valoro más el silencio, la ausencia total de artificios y detesto el ruido gratuito, incluido el mío. Frente a toda una recua de parlanchines, telepredicadores y locutores de pago, políticos pelmas y ruido de sables, su presencia, lo tengo que decir aunque sea triste, me reconforta con el ser humano, aunque sea en particular, y me reafirma en algo que le dije hace ya años a un amigo que trabaja en una ONG cuando me aseguró, después de verme lanzar una moneda, que con aquello no se arreglaba el hambre en el mundo: “Tienes razón, pero mientras lo intentas arreglar tú, que se coma un bocata de mortadela, ¿te parece?”. Y es que, aunque seguramente tenga todas las razones del mundo para meter el ruido que le dé la gana, nada me resulta más digno que su compromiso con el silencio. Me da remordimientos. Lance o no lance moneda.
Se sienta durante horas con las rodillas juntas, la cara mirando al suelo y las manos sosteniendo un pequeño canastillo. Hace frío y llueve y la he visto ahí cuando hace más que frío y nieva. Si bajas la mirada, debajo del pañuelo que le cubre la cabeza, se pueden ver unos ojos tristes como hace tiempo que no veo. En todo este tiempo, nunca le he oído decir una sola palabra, ni agitar el canastillo, ni ejecutar un solo movimiento brusco. Yo se lo agradezco y, cuando la veo o me acuerdo, me acerco y le lanzo una moneda desde mi pedestal, como decía El Maestro. No sé si será una estrategia de marketing como otra cualquiera, pero lo cierto es que es la única que a mi me convence. Hace ya años que obvio a los limpiacristales, a los pañueleros, a los que van con muletas, a los que usan gatitos, perritos o espantosas heridas. Sé que es cruel y que cada uno es como es, en la riqueza o en la pobreza, pero la verdad es que cada vez valoro más el silencio, la ausencia total de artificios y detesto el ruido gratuito, incluido el mío. Frente a toda una recua de parlanchines, telepredicadores y locutores de pago, políticos pelmas y ruido de sables, su presencia, lo tengo que decir aunque sea triste, me reconforta con el ser humano, aunque sea en particular, y me reafirma en algo que le dije hace ya años a un amigo que trabaja en una ONG cuando me aseguró, después de verme lanzar una moneda, que con aquello no se arreglaba el hambre en el mundo: “Tienes razón, pero mientras lo intentas arreglar tú, que se coma un bocata de mortadela, ¿te parece?”. Y es que, aunque seguramente tenga todas las razones del mundo para meter el ruido que le dé la gana, nada me resulta más digno que su compromiso con el silencio. Me da remordimientos. Lance o no lance moneda.
3 Comments:
Bonito artículo amigo.
coincido con cabeza mechero, entre lo poético y lo real se encuentra nuestro compromiso...
enhorabuena
te estas enterneciendo demasiao chavá!!
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