Todo pa ti
Tiene que ser un momento épico. Vas tú conduciendo tu autobús escolar por una carretera de Washington y de repente te das cuenta de que los niños están saludando con la mano a alguien que está adelantando al autobús en coche. “¿Quién será, Bruce Willis, Britney Spears, el pato Lucas?”. Es Bush, jódete. Te está adelantando Bush. Él está saludando a los niños con su cara de bobalicón, agitando también las manos. Entonces le miras fijamente, levantas la mano derecha del volante y piensas: “Estas cosas pasan una vez en la vida”. Cierras el puño y estiras el dedo corazón. Todo para ti, mi amol. Y te quedas más ancha que larga e introduces en el radiocassette ésa cinta de ZZ Top que se guarda para las grandes ocasiones, ésas en las que una encuentra el sentido de la existencia y actúa en consecuencia. Metes cuarta, si es que en algún autobús yankee todavía existe el cambio manual, y dejas a los niños de vuelta en el colegio, porque habíais ido al zoológico. Luego ya llega la superintendente -¡vaya nombres!- y te expulsan del trabajo alegando que has hecho un gesto obsceno delante de los niños, aunque tú piensas que en realidad te echan del currelo por el motivo verdadero. Por eso presentas una queja formal por tu cese y recurres. No sé yo, no sé si has hecho muy bien, hermosa. Para mí que hubiera sido mejor que patentaras el gesto y lo hicieras reproducir en camisetas, pasteles, lámparas de mesa... No sé, sacarla una pasta a tu osadía. Porque luego igual va y te admiten y a ver cómo va una al trabajo con esa perspectiva tan gris por delante, la de que ya nunca, pase lo que pase, vas a encontrarte en una situación tan apetecible. A no ser que te hagas la encontradiza y la siguiente vez le hagas un calvo, que eso ya sería para enmarcar y hacerte la ola.
Tiene que ser un momento épico. Vas tú conduciendo tu autobús escolar por una carretera de Washington y de repente te das cuenta de que los niños están saludando con la mano a alguien que está adelantando al autobús en coche. “¿Quién será, Bruce Willis, Britney Spears, el pato Lucas?”. Es Bush, jódete. Te está adelantando Bush. Él está saludando a los niños con su cara de bobalicón, agitando también las manos. Entonces le miras fijamente, levantas la mano derecha del volante y piensas: “Estas cosas pasan una vez en la vida”. Cierras el puño y estiras el dedo corazón. Todo para ti, mi amol. Y te quedas más ancha que larga e introduces en el radiocassette ésa cinta de ZZ Top que se guarda para las grandes ocasiones, ésas en las que una encuentra el sentido de la existencia y actúa en consecuencia. Metes cuarta, si es que en algún autobús yankee todavía existe el cambio manual, y dejas a los niños de vuelta en el colegio, porque habíais ido al zoológico. Luego ya llega la superintendente -¡vaya nombres!- y te expulsan del trabajo alegando que has hecho un gesto obsceno delante de los niños, aunque tú piensas que en realidad te echan del currelo por el motivo verdadero. Por eso presentas una queja formal por tu cese y recurres. No sé yo, no sé si has hecho muy bien, hermosa. Para mí que hubiera sido mejor que patentaras el gesto y lo hicieras reproducir en camisetas, pasteles, lámparas de mesa... No sé, sacarla una pasta a tu osadía. Porque luego igual va y te admiten y a ver cómo va una al trabajo con esa perspectiva tan gris por delante, la de que ya nunca, pase lo que pase, vas a encontrarte en una situación tan apetecible. A no ser que te hagas la encontradiza y la siguiente vez le hagas un calvo, que eso ya sería para enmarcar y hacerte la ola.
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