01 diciembre 2006

Rebeca

Se conoce que, como han encendido las luces de Navidad, para que no se salte el automático han apagado la calefacción. Porque estuve el otro día en el fútbol y pasé frío, aunque objetivamente no hiciera frío porque estábamos a 10 grados. Por eso no tenía frío un danés que teníamos justo encima –en la grada, no en las rodillas- y que era algo así como dos de alto por tres de ancho y uno de fondo, que viene a ser la distancia entre el talón y la punta del ombligo. Yo hubo un momento que temí por nuestra integridad porque ése hacía décadas que no se veía los pies y digo a ver si se resbala y nos cae el serac encima, pero no, no cayó. Pues el buen hombre iba en camiseta y de ahí que esto del frío sea subjetivo, porque si vienes de Jutlandia a bajo cero pues 10 grados te parece calor. Pero yo pasé frío. Y miedo. Como ahora, que desde hace dos días no veo a Rebeca. Rebeca es una mosca que nos entró en la oficina en abril y hasta el martes andaba de teclado en teclado más feliz que una perdiz y le hemos cogido el cariño que se coge a las cosas que no están donde la teoría dice que deberían de estar o que no están en el momento que les corresponde pero que aguantan contra viento y marea y calendario, como Rebeca, que además te miraba con esos ojitos y te deshacías. Venía a ser como Fraga, que tan raro es moscas en noviembre como Fraga haciendo declaraciones en el 2006, algo anacrónico pero simpático, sin querer comparar –con mis respetos tanto a Fraga como, sobre todo, a Rebeca-. Por eso los del trabajo agradeceremos cualquier información que nos pudieran dar sobre Rebeca, que la última vez que la vimos llevaba una ídem roja sobre los hombros y que tiene un andar algo cojo porque una tarde le atrapamos sin querer una pata con la fotocopiadora.