Seguro que muchos de ustedes recordarán a aquel mozo que te paraba por la calle y te pedía cinco duricos pal autobús pa Donosti. Ojalá haya tenido mucha suerte y haya visto por fin Donosti, aunque todos supiéramos que los cinco duricos no eran para eso. Pero el chaval te los pedía y entonces pensabas que el autobús, en realidad, siempre ha sido y será símbolo de viaje, de liberación, de irte un rato a tomar por saco de ti mismo, que no es poco. Yo por eso he cogido muchos autobuses y también por eso la vieja estación es un sitio que siempre asocio a ilusiones que están por venir. De ahí que no me gusten nada ninguna de las propuestas que tanto UPN como PSN han presentado para el futuro de la manzana de la estación, ya que los primeros hablan de un espacio dotacional público –más tiendas, más cafeterías, más obras- y los segundos quieren algo así como un museo, esas tan bien vistas formas de encerrar la vida y, como dice El Maestro, “someter el infinito a juicio”. Yo no haría nada, excepción hecha de tirarla toda entera y sembrar un hermoso césped. Porque, como habitante del Casco Viejo, siento una terrible necesidad de encontrar espacios abiertos cerca de mi casa, de la misma manera que los tienen en Iturrama, San Juan, Mendebaldea y en casi todos los barrios. Y ya entiendo que haya que dotar y dotar y dotar –aunque lo entienda a medias-, pero a ver si encontrarse delante con un espacio abierto en el que poder respirar no es dotarnos de un valor que merece la pena, no me digan. Y poder tumbarnos a ver los fuegos o a meternos mano o simplemente a pensar que justo allí se pedían los billetes para el coger el Rio Irati o La Roncalesa, el autobús pa Donosti. Claro, que así no se gana dinero, sólo que pasemos buenos ratos de a cinco duros.
30 marzo 2007
Autobuses
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