Japoneses
La moda está adquiriendo tintes casi dramáticos, al menos para mí, que odio las fotos con toda mi alma. Bueno, mejor diré que odio tener que ponerme en cualquier parte para que me saquen una foto, de la clase que sea, porque tengo un tío fotógrafo muy buena gente pero que de pequeño me explotó unas cuantas veces. Les diré, por ejemplo, que, cuando no tendría más de 10 años, salí en el otro periódico que se edita en este pueblo. En la imagen aparecía con un chándal gris que me gustaba mucho y un balón tricolor de minibasket metido dentro de una red de ésas para balones mientras miraba sorprendido cómo me trataba de robar un atracador que me apuntaba con un cuchillo de cocina. El cuchillo era el que teníamos en casa para el queso y el atracador era mi hermano, pero la cara de gilipollas la ponía yo. Y gratis. Así que en cuanto llegué a la adolescencia, ésa de la que no me apetece salir, me planté y desde entonces tengo una manía imperial a que nadie me diga ponte ahí, que es una adicción para muchos, sobre todo en bodas, reuniones, excursiones y viajes. Y mucho más desde que ahora hasta el más tonto tiene una cámara digital y la lleva a todas partes como si fuera vital y te machaca con la puñetera cámara y sus pixeles, su resolución y mira qué bien ha salido esta. ¡Anda a jugar pala, pelma! Por no hablar de que indefectiblemente no es el único o única que ha llevado su aparato y entonces se pasan toda la comida perorando sobre las ventajas de una sobre la otra o de lo positivo que resulta poder ir borrando las que no te gustan y cosas así. En serio, estamos hablando de una epidemia que no tiene ninguna pinta de que vaya a decaer y cada día que pasa me parece que a todos con los que me cruzo se les está poniendo una cara de japoneses que asusta.
La moda está adquiriendo tintes casi dramáticos, al menos para mí, que odio las fotos con toda mi alma. Bueno, mejor diré que odio tener que ponerme en cualquier parte para que me saquen una foto, de la clase que sea, porque tengo un tío fotógrafo muy buena gente pero que de pequeño me explotó unas cuantas veces. Les diré, por ejemplo, que, cuando no tendría más de 10 años, salí en el otro periódico que se edita en este pueblo. En la imagen aparecía con un chándal gris que me gustaba mucho y un balón tricolor de minibasket metido dentro de una red de ésas para balones mientras miraba sorprendido cómo me trataba de robar un atracador que me apuntaba con un cuchillo de cocina. El cuchillo era el que teníamos en casa para el queso y el atracador era mi hermano, pero la cara de gilipollas la ponía yo. Y gratis. Así que en cuanto llegué a la adolescencia, ésa de la que no me apetece salir, me planté y desde entonces tengo una manía imperial a que nadie me diga ponte ahí, que es una adicción para muchos, sobre todo en bodas, reuniones, excursiones y viajes. Y mucho más desde que ahora hasta el más tonto tiene una cámara digital y la lleva a todas partes como si fuera vital y te machaca con la puñetera cámara y sus pixeles, su resolución y mira qué bien ha salido esta. ¡Anda a jugar pala, pelma! Por no hablar de que indefectiblemente no es el único o única que ha llevado su aparato y entonces se pasan toda la comida perorando sobre las ventajas de una sobre la otra o de lo positivo que resulta poder ir borrando las que no te gustan y cosas así. En serio, estamos hablando de una epidemia que no tiene ninguna pinta de que vaya a decaer y cada día que pasa me parece que a todos con los que me cruzo se les está poniendo una cara de japoneses que asusta.
1 Comments:
cuando he leido tu artículo me he acordado de otro muy parecido,a ver que te parece:
http://commonpeoplemusic.com/las-siete-plagas-de-la-democratizacion-capitulo-i/
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