04 abril 2007

Highway To Hell
Científico en una base de la Antártida, encargado de un faro en el Estrecho de Magallanes, vendedor de helados en la estepa siberiana, castañero en el Gobi, conductor de la nueva villavesa que une el aeropuerto de Noáin con Pamplona. Trabajos duros, solitarios, esa clase de oficios en los que el contacto humano es tan inhabitual que, cuando éste se produce, las palabras no aciertan a salir de la boca, acostumbradas las cuerdas vocales al reposo total, adormecidos los oídos por el run-run de las olas, del viento, del crecimiento de las dunas o del sonido de Kiss FM mientras Willie Nelson entona por décima vez en la mañana On The Road Again. ¿Hay algo más triste que una villavesa vacía? ¿Tal vez, como dijo aquel otro, la imagen de un pato cubierto de hormigas? ¿Qué tal el trabajo, cariño?, le preguntará su chica o su chico al conductor-a. Y contestará, después de beber un vaso de agua y carraspear: Bien, he hecho seis vueltas rápidas consecutivas. Luego ha subido uno y me ha jodido el ritmo, así que creo que Pedro sigue teniendo el mejor registro, pero no decaigo. Por cierto, no le he cobrado. Una lástima que esta nueva línea, este oasis para corazones solitarios, vaya a estar a prueba durante un año, como si los servicios públicos tuvieran que depender del rendimiento económico que ofrecen, ya que, si así fuera, tendría que estar a prueba todo y todos, permanentemente. Pero así es la vida moderna, agarrada al número por el número, al balance, a la efectividad, mientras nadie se acuerda de esos pobres conductores y conductoras felices al volante y a la caja de cambios mientras enfilan Noáin sin ningún pasajero pelma que les atosigue, el Carretera al Infierno de AC/DC al máximo y la seguridad, absoluta, de que así serán las siguientes ocho horas.