El Fary
No me gustaba El Fary. Vamos, no me gustaba ni una sola de sus canciones, que es lo mismo que decir que no me gustaba El Fary. Al señor Cantero no lo conocí, pero dicen que era muy buena gente, lo mismo que se dice de todos los muertos menos dos o tres cada década –los últimos en alcanzar tan alta distinción de me da igual que la haya palmao ese cabrón creo que fueron Milosevic y Saddam Hussein, aunque cada cual tenemos los nuestros propios–. Tampoco me cae bien su faceta de productor, porque fue el responsable de que saliera a luz el engendro ése del baile del gorila de una tal Melody con el que nos machacaron durante más o menos un año. Sólo por eso, mi total desprecio artístico. Pero a lo que voy es que, en este país en el que casi todos son amigos de casi todos, al final se acaba formando una amalgama de halagos y revisiones de obras que muchas veces no sabes si estás leyendo el obituario de El Fary o el de Frank Sinatra, porque, a falta de otro argumento, siempre se acaba echando mano de lo mismo para ensalzar a cualquiera que haya pisado unas tablas: tenía un estilo propio. Claro, no te jode, pero era una mierda de estilo, una propia mierda. Y no me refiero al Fary, al que insisto que simplemente no me gustaba escuchar, sino al conjunto de las cosas en general, al conjunto de las cosas que pasan por Madrid en el 95% de los casos y casi siempre en su mayoría bajan por la carretera a Sevilla. Es una especie de auto halago tan extendido pero a su vez focalizado que muchas veces acaba uno perdiendo la perspectiva de si están hablando de alguien que cantaba mal que bien sus cosas con todo el mérito que eso tiene o de un tipo simpático, trabajador, feo y buena gente que tristemente se acaba de apagar. Porque yo para eso me quedo con Manolo Kabezabolo, de largo.
No me gustaba El Fary. Vamos, no me gustaba ni una sola de sus canciones, que es lo mismo que decir que no me gustaba El Fary. Al señor Cantero no lo conocí, pero dicen que era muy buena gente, lo mismo que se dice de todos los muertos menos dos o tres cada década –los últimos en alcanzar tan alta distinción de me da igual que la haya palmao ese cabrón creo que fueron Milosevic y Saddam Hussein, aunque cada cual tenemos los nuestros propios–. Tampoco me cae bien su faceta de productor, porque fue el responsable de que saliera a luz el engendro ése del baile del gorila de una tal Melody con el que nos machacaron durante más o menos un año. Sólo por eso, mi total desprecio artístico. Pero a lo que voy es que, en este país en el que casi todos son amigos de casi todos, al final se acaba formando una amalgama de halagos y revisiones de obras que muchas veces no sabes si estás leyendo el obituario de El Fary o el de Frank Sinatra, porque, a falta de otro argumento, siempre se acaba echando mano de lo mismo para ensalzar a cualquiera que haya pisado unas tablas: tenía un estilo propio. Claro, no te jode, pero era una mierda de estilo, una propia mierda. Y no me refiero al Fary, al que insisto que simplemente no me gustaba escuchar, sino al conjunto de las cosas en general, al conjunto de las cosas que pasan por Madrid en el 95% de los casos y casi siempre en su mayoría bajan por la carretera a Sevilla. Es una especie de auto halago tan extendido pero a su vez focalizado que muchas veces acaba uno perdiendo la perspectiva de si están hablando de alguien que cantaba mal que bien sus cosas con todo el mérito que eso tiene o de un tipo simpático, trabajador, feo y buena gente que tristemente se acaba de apagar. Porque yo para eso me quedo con Manolo Kabezabolo, de largo.
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