10 junio 2007

Birria
Jamás un gran actor o actriz pudo hacer nada por arreglar un mal guión. Jamás una gran letra podrá arreglar una basura de música como la del himno de España, que de himno tiene lo que yo te diga. Ni aunque la escriba Tolstoi, aunque por aquí se la encargarán al Antonio Burgos de turno. Porque un himno, como su propio nombre evoca, tiene que ser algo de tal nivel que sólo con la primera nota se te pongan los pelos de punta, algo que contenga tanto sentimiento que no haga falta una letra que, normalmente, lo único que hace es interferir. Por eso a determinados temas se les llama himnos, de una generación, de los 80, de la noche, de fiestas de los pueblos, porque no hace falta decir más, representan a todos los que forman parte de una idea o un momento. La verdad es que a mi el himno español –cualquier himno patriótico, de la patria que sea- me la silba bastante, pero ya que se han puesto a buscarle una letra tal vez sería mejor que le buscaran una música, porque el de ahora es acelerado, marcial y plano a más no poder. Vamos, que el chunda-chunda le viene niquelao. Ni siquiera se le puede poner un la-la-la, porque eso está reservado a las buenas músicas, no a esta birria. Creo que los deportistas españoles que ganan de vez en cuando son de los que menos se emocionan del mundo entero y, los que lo hacen, seguro que es porque están pensando en su madre o en su perro. Veamos, por ejemplo, himnos colosales como el de Rusia o el de la antigua RDA –el yankee también está bien-, que yo cuando veia natación sólo quería que ganasen los y las de RDA y, como iban de clembuterol hasta las barbas –ellas también-, ganaban casi siempre. Cuando vence un español, en cambio, me alegro, pero suelo aprovechar la ceremonia para ir a mear y la cadena hace el resto.