14 octubre 2007

Minipimer

He sacado a pasear a la perra de mi cuñada. Esta frase o está mal construida o, al menos, puede dar lugar a equívocos. Quiero decir que mi cuñada tiene una perra. Se llama Eki, como la cerveza, la perra, y la he sacado a pasear. Perfectamente se podía llamar Heineken o Budweiser, pero se llama Eki, igual por darle un cariz local. Ha venido también Figo, que es perro y muy moreno y tiene las patas cortas y por eso se llama Figo. Si fuese rubio y gordito tal vez se llamaría Mickey Rooney, pero no es el caso. Mientras ellos estaban husmeándose y peinando las cunetas he empezado a recordar nombres de bichos de mi entorno y me ha salido una lista hermosa: Galtzak, Perlita, Mixhina –no Mishima-, Knopfler- este era un pez del amigo Respecto-, Jack, Ready, Winston, Zuri bonita –no se llamaba Zuri, sino Zuri bonita- y, en la cúspide, decenas de gatos que durante años camparon en casa de la Eugenia y que atendían a nombres como Sue Ellen, JR, Apala y cosas así de la actualidad. Era curioso tener a Sue Ellen en las rodillas. Con Apala nunca hice buenas migas. Las vacas también tenían nombre, pero ahora mismo sólo recuerdo a una que se llamaba Montserrat. El talento de esa casa no tiene límites. Por eso he pensado que sería más justo que también hubiera carta blanca para nombrar a las personas y no sólo a los bichos. Ya, están los motes, pero no, porque al final el moteado se mosquea y acaba diciendo: me llamo José. Me refiero a que uno pudiera ir con total dignidad por la calle llamándose Minipimer, que no es más feo que Isidoro para un niño de cuatro años, aunque luego todo el mundo le llame Isi. Le llamarían Mini. Porque si el universo está en continua expansión no entiendo a qué viene tener que usar siempre nombres tan vulgares como José Luis, Mariano o Jorge.