Chic
Mi rival me teme. Cada vez que vamos de viaje y veo un bar o un restaurante con la suficiente cochambre, entro. Me dan confianza los sitios con kozkor, aparatos eléctricos para matar moscas, máquinas para comprar bolas de plástico a los niños y camareros feos y cocineras gordas o viceversa. Si ya tienen los manteles de cuadros me vuelvo loco. Si, por el contrario, el sitio es modelno –que no sabes si es un bar o la Tate Modern-, los camareros van muy puestos –me refiero a la ropa- y huele mejor que en Salvia ni lo miro. Me parece que el restaurante de Descalzos no lo voy a pisar mucho, porque tiene toda la pinta de que ser va ser chupi, vistas las condiciones que ha puesto el Ayuntamiento a los adjudicatarios: cómodo, agradable, elegante, sin sonido agresivo, que permita la conversación y las tertulias. El personal debe vestir con uniforme común y elegante y el equipamiento y la maquinaria deben ser de primera calidad. Esto es, café a 1,80, caña a 2,20 y cacharro a 6. Pintxos de mil cositas unas encima de otras –y dos lágrimas de algo fluorescente a un lado del plato, perdón, del platillo- y menú a 18. Claro que sé que mis gustos no tienen por qué coincidir con los de los demás, pero estamos yendo a pasos agigantados hacia el pijerío absoluto. Vas fuera y los bares son cada uno de su padre y de su madre y en cambio aquí, con eso de las ordenanzas, la gran mayoría son intercambiables, sobre todo en según que zonas. Al parecer no les gusta a los del Ayuntamiento el ambientillo casta de La Cepa, Kazuelikas, Askartza, París, Giroa, 84, Deportivo, Gallego, Goal, Montón, Oreja, Lambroa o La Viña entre otros. No es chic. Allá ellos. Yo los prefiero mil veces. Y ojo, de cochambre nada. Lo que tienen es personalidad. Propia, no teledirigida.
Mi rival me teme. Cada vez que vamos de viaje y veo un bar o un restaurante con la suficiente cochambre, entro. Me dan confianza los sitios con kozkor, aparatos eléctricos para matar moscas, máquinas para comprar bolas de plástico a los niños y camareros feos y cocineras gordas o viceversa. Si ya tienen los manteles de cuadros me vuelvo loco. Si, por el contrario, el sitio es modelno –que no sabes si es un bar o la Tate Modern-, los camareros van muy puestos –me refiero a la ropa- y huele mejor que en Salvia ni lo miro. Me parece que el restaurante de Descalzos no lo voy a pisar mucho, porque tiene toda la pinta de que ser va ser chupi, vistas las condiciones que ha puesto el Ayuntamiento a los adjudicatarios: cómodo, agradable, elegante, sin sonido agresivo, que permita la conversación y las tertulias. El personal debe vestir con uniforme común y elegante y el equipamiento y la maquinaria deben ser de primera calidad. Esto es, café a 1,80, caña a 2,20 y cacharro a 6. Pintxos de mil cositas unas encima de otras –y dos lágrimas de algo fluorescente a un lado del plato, perdón, del platillo- y menú a 18. Claro que sé que mis gustos no tienen por qué coincidir con los de los demás, pero estamos yendo a pasos agigantados hacia el pijerío absoluto. Vas fuera y los bares son cada uno de su padre y de su madre y en cambio aquí, con eso de las ordenanzas, la gran mayoría son intercambiables, sobre todo en según que zonas. Al parecer no les gusta a los del Ayuntamiento el ambientillo casta de La Cepa, Kazuelikas, Askartza, París, Giroa, 84, Deportivo, Gallego, Goal, Montón, Oreja, Lambroa o La Viña entre otros. No es chic. Allá ellos. Yo los prefiero mil veces. Y ojo, de cochambre nada. Lo que tienen es personalidad. Propia, no teledirigida.
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