26 abril 2008

Moción

Hace meses que no nos funciona el telefonillo y tenemos que bajar al portal para abrirle la puerta al cartero, al del gas, a los testigos de Jehová y a las visitas. Se cansa uno, pero se hacen piernas. Vienen a mirarlo, pero al parecer no hayan el problema. Hace semanas un camión de reparto le dio un churrazo al tubo de la cañería que baja por la fachada y dejó al descubierto uno de los tubos empalmados, fruto de lo cual el agua caía directamente encima del foco del bar de debajo de casa y parte de lo que rebotaba desde el foco iba a parar a nuestro portal y a nuestra puerta. Como es lógico, la puerta, al ser de madera, se hinchó y prácticamente no se podía abrir. Con salero y decisión, el dueño del bar hizo por su cuenta unos empalmes en los tubos y arregló el desaguisado. La semana pasada, cansada de soportar los tirones de los vecinos para poder abrir, la manilla interior de la puerta hizo crack y se partió. El vecino causante pudo salir a la calle, pero el siguiente fui yo y no hubo manera, así que me subí a casa, me asomé a la ventana y le grité a una viandante a ver si me hacía el favor de coger la llave que le iba a lanzar y me abría la puerta. Lo hizo, muy amablemente. Acto seguido, fui a Irigaray, compré una manilla nueva y bien maja y mi rival, que es la manitas de la casa, la colocó en un periquete, con lo cual ya no nos quedamos encerrados arriba con los Testigos de Jehová. Además, el calor está haciendo que la puerta se deshinche, ahora que ya estábamos haciendo brazo. Lo único que sigue sin funcionar es el telefonillo, o sea, la jodida tecnología. Les cuento todo esto por su intrínseco interés antropológico –no dejes en manos de los demás que lo puedas hacer tú- y porque vamos a presentar una moción de censura al telefonillo, a ver si hay suerte.