Lego
Ante la amenaza de los feriantes de no venir a Pamplona, el Ayuntamiento ha contraatacado explicando que ya está en negociaciones con otros feriantes que, entre otras atracciones, traerían un túnel del viento –pa eso te pones en la rotonda de entrada a Barañáin, que ahí sí que pega-, una bola de plástico gigante en la que poder meterse –pa eso ya está Graderío Sur- y una zona Extreme, con tirolinas, redes de escalada y puentes, nada que cualquier chaval no pueda encontrar en un andamio o un árbol. Tras esto, ya se alzan voces que jalean la no llegada de los antiguos feriantes, al grito de que era un lugar sucio y cutre. Les doy la razón y en ello estribaba su gracia, en ese pollo radioactivo a 30 euros, en ese algodón que luego hay que quitarse de las comisuras con una lima del 8 o en ésas máquinas donde hay una grúa para coger un muñeco y en las que nadie jamás ha visto a nadie sacar nada. Ésas son las barracas y nos gustan. Miedo me da que si es el ayuntamiento el que se encarga de las contrataciones comience con su ya clásica retahíla de exigencias finolis y aquello en lugar de una feria de grasa, fritura y sudorina acabe pareciendo Puerto Banús, con niños en pantaloncito corto y calcetinitos blancos y raya en medio y los 4 iguales, salvo la niña, que lleva lazo. Bares de diseño, atracciones sin gitano y, en lugar de camellos, carreras de ponis. Vamos, lo que viene siendo la desestructuración de las barracas fruto de la incapacidad –¿o el interés?- municipal para hacer ver a la Meca que el canon que pide es un atraco a mano armada, al margen de que el precio de los viajes de los feriantes también roce el hurto. Es una táctica antigua la de poner trabas a todo aquello que no se aprecia para poder rediseñar a mi gusto mi ideal y chic ciudad. Compraros un Lego.
Ante la amenaza de los feriantes de no venir a Pamplona, el Ayuntamiento ha contraatacado explicando que ya está en negociaciones con otros feriantes que, entre otras atracciones, traerían un túnel del viento –pa eso te pones en la rotonda de entrada a Barañáin, que ahí sí que pega-, una bola de plástico gigante en la que poder meterse –pa eso ya está Graderío Sur- y una zona Extreme, con tirolinas, redes de escalada y puentes, nada que cualquier chaval no pueda encontrar en un andamio o un árbol. Tras esto, ya se alzan voces que jalean la no llegada de los antiguos feriantes, al grito de que era un lugar sucio y cutre. Les doy la razón y en ello estribaba su gracia, en ese pollo radioactivo a 30 euros, en ese algodón que luego hay que quitarse de las comisuras con una lima del 8 o en ésas máquinas donde hay una grúa para coger un muñeco y en las que nadie jamás ha visto a nadie sacar nada. Ésas son las barracas y nos gustan. Miedo me da que si es el ayuntamiento el que se encarga de las contrataciones comience con su ya clásica retahíla de exigencias finolis y aquello en lugar de una feria de grasa, fritura y sudorina acabe pareciendo Puerto Banús, con niños en pantaloncito corto y calcetinitos blancos y raya en medio y los 4 iguales, salvo la niña, que lleva lazo. Bares de diseño, atracciones sin gitano y, en lugar de camellos, carreras de ponis. Vamos, lo que viene siendo la desestructuración de las barracas fruto de la incapacidad –¿o el interés?- municipal para hacer ver a la Meca que el canon que pide es un atraco a mano armada, al margen de que el precio de los viajes de los feriantes también roce el hurto. Es una táctica antigua la de poner trabas a todo aquello que no se aprecia para poder rediseñar a mi gusto mi ideal y chic ciudad. Compraros un Lego.
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