19 abril 2008

Zafón

Se mire por donde se mire, fenómenos como el de Carlos Ruiz Zafón son espléndidos para los libros –para la literatura no sé, porque no sé qué es la literatura-, al margen de que a cada cual le pueda agradar más o menos que se presente un libro como un producto publicitario –que lo es- y a su autor como a una estrella del rock, que no lo es. Una de los prejuicios clásicos –aquí y en todas partes- es que un escritor es un tipo raro y solitario encerrado en un cuartucho y que tiene en la cabeza todas las respuestas a las preguntas del universo o casi. Si el escritor, además, cultiva una imagen huraña –Cormac McCarthy, Salinger, etc- y no concede entrevistas ni aparece en público, su obra, a ojos de algunos, gana puntos por ese simple hecho. Si, por el contrario, se vende al marketing entonces su libro seguro que es tirando a mierdoso. Leí La sombra del viento y me entretuvo, que no es poco, así que lo más seguro es que acabe leyendo El juego del ángel, más que nada por comprobar que lo que me gustó de aquella sigue estando presente en esta. Los críticos y los snobs, en cambio, argumentarán que semejante exhibición impúdica de autor y obra en la presentación de la novela, por sí solas deberían ser suficiente motivo para no leerla, como si La Literatura sólo fuera real y cierta si es minoritaria y enrevesada. Es obvio que Zafón va a vender de esta entrega mucho más que miles de libros ya publicados que quizá sean tan buenos o más que el suyo, pero no es menos cierto que si esa maquinaria se ha puesto en marcha es porque él y sólo él fue capaz de escribir La sombra del viento y que el boca a boca le llevara a los 10 millones de ejemplares vendidos. Aunque también es verdad que él y sólo él se ha prestado a este último paripé que quizá no le hiciera falta.