Or woman
Ya se sabe que los ministros-as son como mi cuñao, que lo mismo te pone un perno, que te alicata el baño, le echa el suelo, va a por el pan o prepara unos macarrones. Los ministros-as son por naturaleza manitas y les da igual que el ministerio sea vivienda, defensa, sanidad o administraciones públicas, les importa tres cojones-as. A los presidentes que les ponen también se la suda-o, porque saben perfectamente que en realidad el ministro -o la ministra, “desde ahora quiero que me llaméis Loretta”- son sólo una cara atizable con mayor o menor mando en plaza, pero siempre supeditados a la ingente cantidad de técnicos, asesores y comités que hay en cada ministerio. Le pasa a mi cuñao. Cuando vamos todos de vacaciones al pueblo él sabe que por mucho que el manitas sea él, que sea él el que sabe poner la electricidad, el motor para subir el agua o la cortacésped, el que finalmente ejecute las cosas, las que mandan son mi abuela, mi madre, mi tía y mi hermana, que es la mujer del ministro y de mi cuñao. Mi cuñao, que es listo, ve esta situación con clarividencia y se aparta sin dudarlo de las luchas intestinas que se producen cada vez que hay que tomar una decisión -¿lijar primero las ventanas o ordenar la carpintería?, ¿compramos costilla para mañana o tiramos con el relleno que queda?- y se limita, como el resto de hombres de la casa, a esperar que se seque la sangre de la refriega y que la ganadora dé su veredicto. Por eso me hace gracia lo de 9 mujeres y 8 hombres como ministras-ministros, cuando en realidad lo importante es el número de hombres y de mujeres que finalmente ocupan puestos de influencia efectiva en cada ministerio, que me da que, al contrario que en mi casa, todavía copan muchos más hombres que mujeres. Y nosotros, por lo menos, nos queremos mucho.
Ya se sabe que los ministros-as son como mi cuñao, que lo mismo te pone un perno, que te alicata el baño, le echa el suelo, va a por el pan o prepara unos macarrones. Los ministros-as son por naturaleza manitas y les da igual que el ministerio sea vivienda, defensa, sanidad o administraciones públicas, les importa tres cojones-as. A los presidentes que les ponen también se la suda-o, porque saben perfectamente que en realidad el ministro -o la ministra, “desde ahora quiero que me llaméis Loretta”- son sólo una cara atizable con mayor o menor mando en plaza, pero siempre supeditados a la ingente cantidad de técnicos, asesores y comités que hay en cada ministerio. Le pasa a mi cuñao. Cuando vamos todos de vacaciones al pueblo él sabe que por mucho que el manitas sea él, que sea él el que sabe poner la electricidad, el motor para subir el agua o la cortacésped, el que finalmente ejecute las cosas, las que mandan son mi abuela, mi madre, mi tía y mi hermana, que es la mujer del ministro y de mi cuñao. Mi cuñao, que es listo, ve esta situación con clarividencia y se aparta sin dudarlo de las luchas intestinas que se producen cada vez que hay que tomar una decisión -¿lijar primero las ventanas o ordenar la carpintería?, ¿compramos costilla para mañana o tiramos con el relleno que queda?- y se limita, como el resto de hombres de la casa, a esperar que se seque la sangre de la refriega y que la ganadora dé su veredicto. Por eso me hace gracia lo de 9 mujeres y 8 hombres como ministras-ministros, cuando en realidad lo importante es el número de hombres y de mujeres que finalmente ocupan puestos de influencia efectiva en cada ministerio, que me da que, al contrario que en mi casa, todavía copan muchos más hombres que mujeres. Y nosotros, por lo menos, nos queremos mucho.
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