05 octubre 2008

Castañazo

En los últimos años, cada vez que veía un local comercial en obras y en el cartel ponía Inmobiliaria. Próxima apertura pensaba yo: mira, otro castañero. La castaña es un fruto de temporada y si hace frío desde octubre más o menos hasta febrero uno se puede ganar la vida medio bien. Luego llega marzo, el calor o así, y el que vendía castañas pasa a dedicarse a otra cosa más acorde con la temperatura reinante. Esto es, la ocupación de castañero es algo fijo discontinuo y nadie se echa las manos a la cabeza cuando una mañana contempla que el castañero ya no está. En cambio, parece que es una catástrofe que miles de inmobiliarias que nacieron al abrigo del calor económico reinante hayan desaparecido de la noche a la mañana, cuando todos –y ellos los primeros- o sabían o intuían que aquello no iba a poder durar, que no era normal tanto calor y tan seguido y durante tanto tiempo. Por eso me hace gracia –por no llorar- la cada vez más acusada proliferación de ofertas que te hacen plantearte eso que te planteas cuando en el zoco de El Cairo te rebajan una pashmina hasta varias veces el precio inicial: si es capaz de venderlo a este precio, ¿cuánto iba a ganar con el inicial? Porque ya hay anuncios por ahí que hablan de viviendas libres a precio de VPO, alquileres con opción de compra y toda clase de opciones a las que antes, cuando vendían como churros y a precios astronómicos, no había lugar. Ahora lloraremos todos un rato, jugaremos al julepe por las mañanas con nuestros amigos parados y dentro de un tiempo, cuando vuelva el dinero que no tenemos y que nos prestan otros que tampoco lo tienen, regresarán los castañeros a cada esquina y de nuevo seremos felices y dichosos con nuestra hipoteca de 1.500 euros mensuales. Y 400 de la del coche, nuevo, por supuesto.