Guerra
El amor a lo mejor es ciego, pero sordo no, así que cuando ayer me llamó mi rival y me dijo toda contenta que una copia de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina estaba disponible en la biblioteca de Civican supe que tenía que ir, aunque sus palabras exactas no fueran ésas, ya me entienden. Al ser un libro al parecer muy demandado y estar yo en lo Viejo, corría serio riesgo de que para cuando llegara a Civican ya lo hubieran cogido prestado, así que me subí a la villavesa fibrilando y pidiéndole al conductor que abriera gas. Al bajar me crucé con tres conocidos y ni les saludé, estando como estaba a punto de sonar la campana. Llegué a la biblioteca con los codos en jarra estilo Madina y me puse a buscar el ejemplar en las estanterías. Una ancianita me preguntó por él y le dije que no conocía ese libro, al tiempo que le avisaba: ¡señora, mire, a la derecha, una pensión de viudedad! La despisté unos instantes, pero no encontré el libro. Convencido de que alguien se lo había llevado ya, me asomé a la ventanilla. La bibliotecaria no daba crédito a que estuviera disponible y al final lo encontró. Está disponible, tal y como viene en la web, pero no etiquetado, así que no te lo puedo dejar. Refunfuñé un poco, ya que no es mi obligación saber que nada tiene que estar etiquetado antes de ser prestable y también porque aparecía en la web como disponible, motivo por el cual me había hecho el trayecto a 160 pulsaciones, pero como la bibliotecaria era bien maja y atenta me dijo que lo podría pasar a recoger a la tarde, cosa que hice y aquí tengo el dichoso libro de los huevos, mientras mi rival echa un café con las amigas y la ancianita se lee la 15ª edición de Cómo reconocer a un hijoputa a la primera. Señora, la guerra es la guerra y yo un simple soldao.
El amor a lo mejor es ciego, pero sordo no, así que cuando ayer me llamó mi rival y me dijo toda contenta que una copia de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina estaba disponible en la biblioteca de Civican supe que tenía que ir, aunque sus palabras exactas no fueran ésas, ya me entienden. Al ser un libro al parecer muy demandado y estar yo en lo Viejo, corría serio riesgo de que para cuando llegara a Civican ya lo hubieran cogido prestado, así que me subí a la villavesa fibrilando y pidiéndole al conductor que abriera gas. Al bajar me crucé con tres conocidos y ni les saludé, estando como estaba a punto de sonar la campana. Llegué a la biblioteca con los codos en jarra estilo Madina y me puse a buscar el ejemplar en las estanterías. Una ancianita me preguntó por él y le dije que no conocía ese libro, al tiempo que le avisaba: ¡señora, mire, a la derecha, una pensión de viudedad! La despisté unos instantes, pero no encontré el libro. Convencido de que alguien se lo había llevado ya, me asomé a la ventanilla. La bibliotecaria no daba crédito a que estuviera disponible y al final lo encontró. Está disponible, tal y como viene en la web, pero no etiquetado, así que no te lo puedo dejar. Refunfuñé un poco, ya que no es mi obligación saber que nada tiene que estar etiquetado antes de ser prestable y también porque aparecía en la web como disponible, motivo por el cual me había hecho el trayecto a 160 pulsaciones, pero como la bibliotecaria era bien maja y atenta me dijo que lo podría pasar a recoger a la tarde, cosa que hice y aquí tengo el dichoso libro de los huevos, mientras mi rival echa un café con las amigas y la ancianita se lee la 15ª edición de Cómo reconocer a un hijoputa a la primera. Señora, la guerra es la guerra y yo un simple soldao.
1 Comments:
;) Para ser tu rival, le tratas como a una diosa. ¡Qué grande eres! Otra cosa es lo que pensará la abuelita, que todavía andará buscando por todas partes su pensión de viudedad. Mejor procura que no te encuentre...
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