21 febrero 2009

Espléndido

Hace unas noches fuimos al cine, a esos documentales sobre pintores y escultores. Tres estaban muy bien, pero un cuarto era descacharrante. Casi me meo encima de las palomitas. Yo es que documentales, películas albanesas, bielorrusas o de autor –las que no son de autor las hace una cooperativa- las veo con palomitas. A las de acción o de risas voy sin nada por si me atraganto, a lo sumo voy con pipa –con el seguro puesto-. Esta joya habla entre cosas de un artista que es, de lejos, el más normal de todos los que aparecen –también una encargada de museo parece que no conoce los efectos de la metanfetamina- y que forman el circuito del arte contemporáneo. Hay tres estrellas indiscutibles. Un crítico que dice varias veces la palabra hermenéutica –yo le pregunté a la de alao que a ver qué era eso y me dijo que una embarcación a motor- y que usa un montón de palabras de más de ocho sílabas –vitales para ganar al Scrabble- terminadas en –ad. No me digan qué dijo porque yo en casos así me conecto a masa y me quito la cáscara de la palomita del cielo del paladar o me rasco el infierno del culo. La segunda era una comisaria de exposiciones que por su condición de extranjera no sería legal que le quitara a Magdalena Álvarez su título de atascada oficial y que comenzó una frase sobre la intimidad del artista y la de los espectadores de su obra que casi no termina. De hecho, tuvimos que aplicarle a la de la embarcación náutica masajes de reanimación porque estaba morada, en diástole. Pero el que roba la película –como Van Morrison en El Último Vals- es un historiador para el que no tengo palabras, eso hay que verlo, como las pirámides, que por mucho que te cuenten ni se aproxima. Se debería volver a los libros cosidos. ¿El documental? Espléndido. Documenta perfectamente.