Estrellas
“Abu, esa nena es muy monita, muy monita”. Eso le dice mi sobrino de tres años a mi madre mientras ella está leyendo algo y en pantalla aparece Penélope Cruz posando para las cámaras antes de los Goya con su estudiado look Sofía Loren. Las palabras de Juan caen como una bendición en la familia porque demuestran que no hace falta llevarle al oftalmólogo. Tampoco hace falta llevarle a Penélope, que ha visualizado su carrera a la perfección, alcanzando esa condición que en el fantástico libro Conversaciones con Al Pacino el propio Pacino le adjudica a Tom Cruise: “Sean Penn, Johnny Deep y Russell Crowe son los De Niro y Nicholson de ahora. Tom es otra cosa, es una estrella del cine. Además, es un buen actor”. La distinción es importante. Y cuando uno o una ha dado bastante importancia a la elaboración de su condición de estrella, aún sin por ello renunciar a su desarrollo como actor o actriz, reclamar de los demás después sólo ojos para el verdadero trabajo que a la postre importa es una exigencia que lo mismo da que no da sus frutos. Da la sensación de que en España surgen como setas aspirantes a actores y actrices que antes de nada quieren ser estrellas. Ayer le leí a una decir en una entrevista que “soy actriz para que los demás sepan que existo”. Curiosa motivación. Al Pacino no concedió una entrevista medianamente seria y en profundidad hasta los 38 años. La persona que había dado vida a Michael Corleone en la para muchos mejor película o saga de la historia y acumulado cinco nominaciones al Oscar no creía especialmente importante que los espectadores tuvieran que saber nada de su vida para valorar o no su trabajo: “no suelo tener problemas con las preguntas, es con mis respuestas”. Con esa cabeza tan rara no vas a llegar a estrella en tu vida.
“Abu, esa nena es muy monita, muy monita”. Eso le dice mi sobrino de tres años a mi madre mientras ella está leyendo algo y en pantalla aparece Penélope Cruz posando para las cámaras antes de los Goya con su estudiado look Sofía Loren. Las palabras de Juan caen como una bendición en la familia porque demuestran que no hace falta llevarle al oftalmólogo. Tampoco hace falta llevarle a Penélope, que ha visualizado su carrera a la perfección, alcanzando esa condición que en el fantástico libro Conversaciones con Al Pacino el propio Pacino le adjudica a Tom Cruise: “Sean Penn, Johnny Deep y Russell Crowe son los De Niro y Nicholson de ahora. Tom es otra cosa, es una estrella del cine. Además, es un buen actor”. La distinción es importante. Y cuando uno o una ha dado bastante importancia a la elaboración de su condición de estrella, aún sin por ello renunciar a su desarrollo como actor o actriz, reclamar de los demás después sólo ojos para el verdadero trabajo que a la postre importa es una exigencia que lo mismo da que no da sus frutos. Da la sensación de que en España surgen como setas aspirantes a actores y actrices que antes de nada quieren ser estrellas. Ayer le leí a una decir en una entrevista que “soy actriz para que los demás sepan que existo”. Curiosa motivación. Al Pacino no concedió una entrevista medianamente seria y en profundidad hasta los 38 años. La persona que había dado vida a Michael Corleone en la para muchos mejor película o saga de la historia y acumulado cinco nominaciones al Oscar no creía especialmente importante que los espectadores tuvieran que saber nada de su vida para valorar o no su trabajo: “no suelo tener problemas con las preguntas, es con mis respuestas”. Con esa cabeza tan rara no vas a llegar a estrella en tu vida.
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