25 febrero 2009

Periodismo

Si Chelsey B. Sullenberg viviese en Chinchón y no en Danville, lo más probable es que en lugar de haber tenido la oportunidad de demostrar al mundo su pericia y experiencia aterrizando un avión en el Hudson andaría por alguna taberna de Chinchón jugando al ídem. O tal vez estuviese esta tarde en la biblioteca de Iturrama dando una conferencia, como Rosa María Calaf, una de las muchas víctimas de un ERE público –y con ella todos los que ya no podemos admirar sus magníficas piezas-. No está mal jugar al chinchón o dar conferencias, pero prefiero a Sullenberg montado en un avión y a Calaf trabajando horas para cotejar un dato y contárnoslo. Este país es así, señora, lo que antes era periodismo –aún queda algo, cada vez menos- ha dado paso a la comunicación, al entretenimiento, a la reproducción de palabras sin derecho a preguntas –rueda de prensa de Bermejo- o sin tiempo para hacerlas –hay que ir a cinco ruedas de prensa en una mañana-, a empresas que sólo miran el resultado o su influencia política y muy poco el servicio al lector, a jóvenes de muy buen ver sin el lógico oficio que da el paso del tiempo o a la proliferación de columnitas como la de servidor, una proliferación que equivocadamente puede llegar a hacer creer que informar –con todas las letras- es un oficio menor en comparación con opinar o entretener, que está bien pero no es todo. Es un arte mayor, siempre lo ha sido y debería serlo. Por lo menos en una empresa pública como TVE, en lugar de pagarle –aunque sea rentable- los chuletones a Salinas. Ayer vi que van a estrenar un canal de cultura. Acaban de prejubilar, entre otros, a la Biblioteca de Alejandría y tienen los huevos de hablar de cultura. Eso sí, Cafarell de directora del Instituto Cervantes. Algunos conducen su propio avión, pagado a escote.