25 marzo 2012

Dónde


Las nevadas en invierno, las alergias en primavera, las playas y los helados en verano y los castañeros en otoño. Hoy vuelve otro clásico: ¿por qué me quitáis una hora de vida? Cualquiera me podría decir que hace seis meses me la dieron, pero es que no la veo. Tengo la casa hecha un cisco y a saber dónde esta. Quiero mi hora. La última vez que la ví, la manecilla del minutero creo que me quería decir algo, oscilaba levemente de adelante a atrás como si estuviera atascada o a punto de agotarse: pero quería, lo juro. Tenía ese temblor imperceptible de las decisiones importantes. ¿Dónde estás, llegaste hasta a y cuarto al menos, sabes lo que sería capaz yo de hacer con 45 minutos? Claro que lo sabes. Por eso no tienes valor de asomar la esfera. Pero ya te pillaré. Claro que si llegaste hasta y cuarto y hoy me quitan una me sale a deber 15 minutos. ¿Y qué 15 minutos quito yo, ahora, de dónde? ¿Y por qué? No me obligues a eso. Por supuesto que he perdido mucho el tiempo; minutos, horas, días, hasta años. Pero coger precisamente hoy 15 minutos y darlos a fondo perdido no me cuadra. Porque no sé a quién se los doy. Ni para qué. ¿Qué hacen con ellos: los exportan, los venden al peso? Si no te hubieses movido una micra no tendría que devolver nada, pero intuí que hacías el gesto de empezar: ¿empezaste? Ya, que sí, que te hacía ilusión moverte. Lo entiendo. También me habría gustado, no creas. Pero mírame ahora: ¿qué hago? No puedo correr y esconderme. Lo ven todo. Aunque me meta en una cueva. Me la reclamarían: nuestra hora. Te sacan una placa. Acojona. Si al menos pudiera localizarte para saber hasta dónde llegaste. Confío en que no te gastaras entera, eso sí, no me seas manirrota, no me jodas. Vale: me quedaré sin siesta. Pero si no duermo no sueño y no te veo. ¿Dónde estás?