Jabalina

Llevo tres noches seguidas que no me duermo. Me acuesto tranquilo, pero, en cuanto cierro los ojos, veo a Petra Felke. Preferiría ver a Tiina Lillak, pero me sale Petra Felke. Me levanto y mi rival me pregunta a ver qué me pasa y le soy sincero: Petra Felke, otra vez. Ella a estas cosas mías está acostumbrada, porque hace unos años pasé meses sin pegar ojo hasta que no era capaz de recordar la tabla entera de récords del mundo de atletismo masculino y femenino vigentes en 1984, unido a la composición exacta de la Creedence Clearwater Revival en 1969. ¿Ustedes no saben quién es Doug Cosmo Clifford? Eso que ganan y descansan, así les caben asuntos de valor en el cebollo, no como a mi, que me desvelo por asuntos mínimos –nunca entendí por qué en el anuario de El País de 1984 no salía como plusmarquista mundial de los 50 kilómetros marcha José Marín y sí el ruso Eugeni Ilivichenko Boris Lakoeff, cuando la IAAF no admitió su marca. Estas cosas te acaban volviendo loco. Y se pagan-. Bien. Petra Felke. Su historia es terrible. Tuvo el récord del mundo durante 10 años y de repente unos burócratas le cambiaron el centro de gravedad –a la jabalina, no a ella- y dejó de ser plusmarquista, porque sí. Sus 80 metros justos evaporados como los millones de pensamientos que se tienen cuando no agarras la ola del sueño y le pides al cielo que todo esto sea una pesadilla y que al finalmente dormir y despertarte alguien haya cambiado el centro de gravedad y hayan desaparecido para siempre de todas las listas esta cuadrilla de víboras que nos sodomiza y que día a día llega más lejos con sus jabalinas y nosotros ahí, desnudos, con el pecho abierto, con el 50 de la diana dibujado en el corazón y la certeza de que, si olvidamos, la noche no se olvidará de nosotros y Petra Felke se vengará.