N
No he entrado aún en la
Biblioteca –Pública- de San Francisco y que antes de fuésemos pobres, austeros
y arrimáramos el hombro y la dolorosa medicina y todo eso se llamaba Biblioteca
General y estaba en el centro de la ciudad. No he entrado porque no entro en
joyerías. Me dan miedo. Esas joyerías o tiendas caras de escaparates
kilométricos y en el escaparate una sola cosa enana en medio que inmediatamente
sabes que cuesta como tu casa. No entro, me asusto. La última vez que estuve en
esa biblioteca, cuando ya se había producido el traslado allá a lo lejos –para
revitalizar el Casco Antiguo-, vi un libro en mitad de una estantería metálica
con remaches que –no exagero- ya era vieja cuando Mola y Garcilaso. Estaba
solo, el libro. Cierto es que en la balda de abajo había más y que a derecha e
izquierda también, pero ese estaba solo. Luego fui un par de veces o tres al
Condestable, mientras alguien reformaba la antigua Biblioteca General y en los
pasillos de la nueva podías entrenar series de 400 metros sin cruzarte con
nadie. En el Condestable estaban los mismos títulos –idénticos- que meses atrás
había podido ver en la antigua sede. Ya estaba la gestión subcontratada a una
empresa privada, tal y como va a ocurrir en la actualidad. Gente muy simpática
pero con prácticamente nada para ofrecer, amén de ocupar un espacio pagado con
dinero de todos y del que ellos están sacando partido con inversiones
inexistentes. Esta es la cultura que le gusta e impulsa –la vida son hechos,
¿no?- el Gobierno de Navarra y ese Sánchez de Muniain de “hay que hacer más con
menos” (¿el ridículo, como en el Festival Joven de Navarra?) y ese Fermín
Alonso y sus jerséis de rombos. Qué joyas nos han tenido que caer. El libro era
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, de Ferlosio.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home