08 diciembre 2012

N


No he entrado aún en la Biblioteca –Pública- de San Francisco y que antes de fuésemos pobres, austeros y arrimáramos el hombro y la dolorosa medicina y todo eso se llamaba Biblioteca General y estaba en el centro de la ciudad. No he entrado porque no entro en joyerías. Me dan miedo. Esas joyerías o tiendas caras de escaparates kilométricos y en el escaparate una sola cosa enana en medio que inmediatamente sabes que cuesta como tu casa. No entro, me asusto. La última vez que estuve en esa biblioteca, cuando ya se había producido el traslado allá a lo lejos –para revitalizar el Casco Antiguo-, vi un libro en mitad de una estantería metálica con remaches que –no exagero- ya era vieja cuando Mola y Garcilaso. Estaba solo, el libro. Cierto es que en la balda de abajo había más y que a derecha e izquierda también, pero ese estaba solo. Luego fui un par de veces o tres al Condestable, mientras alguien reformaba la antigua Biblioteca General y en los pasillos de la nueva podías entrenar series de 400 metros sin cruzarte con nadie. En el Condestable estaban los mismos títulos –idénticos- que meses atrás había podido ver en la antigua sede. Ya estaba la gestión subcontratada a una empresa privada, tal y como va a ocurrir en la actualidad. Gente muy simpática pero con prácticamente nada para ofrecer, amén de ocupar un espacio pagado con dinero de todos y del que ellos están sacando partido con inversiones inexistentes. Esta es la cultura que le gusta e impulsa –la vida son hechos, ¿no?- el Gobierno de Navarra y ese Sánchez de Muniain de “hay que hacer más con menos” (¿el ridículo, como en el Festival Joven de Navarra?) y ese Fermín Alonso y sus jerséis de rombos. Qué joyas nos han tenido que caer. El libro era Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, de Ferlosio.