Su miel
Todo iba bien. Estábamos tranquilos,
solos, ella había cerrado la puerta con pestillo, yo me había quitado algo de
ropa y puesto en posición, ella puso una música suave y comenzado a mover las
manos como sabe. Todo iba bien. Entonces entró esa mujer. Y lo que era un
simple corte de pelo con mi peluquera, que lleva ya 27 años peleando con esta
ciudad en una de las calles más abandonadas, que ha visto cambiar el mundo y a
más yonkis que Proyecto Hombre, se convirtió en algo superior.
Entró, le dio dos besos, se acercó a mi, casi me tira del sillón, echó unos
piropos a mis rizos mientras iban cayendo al ritmo de la tijera y comenzó a
cascar sin respirar durante lo que me pareció una vida pero que no serían más
allá de 20 minutos. 81 años, contó que tiene. Una leyenda desde ayer ya para
mi. Nos deseó muchas veces y muy seguido todo lo mejor para 2013 -a todos-, al
tiempo que, con una voz estupenda para la ocasión, recitaba un poema de
Calderón de la Barca, mientras yo a través del espejo le miraba a mi peluquera
y ella leía en el teletexto de mi iris cuida con la navaja y yo leía en
el suyo tranquilo, pelao, que yo soy una profesional y no me tiembla el
pulso aunque me coman la oreja a 10 centímetros, todo eso sin molestar en
absoluto y comentándonos que para tener un 2013 dulce y afortunado hay que
regalar a la primera persona que te cruces un tarrito de miel y unas monedas
y no llorar el 1 de enero porque sino llorarás el año entero y mil más
que no me caben. Se fue un minuto antes de que terminara mi corte
diciendo me voy, que como yo empiece a hablar... Pagué, me fui y crucé
un Carlos III infectado hasta arriba, pensando que aquí está mi tarrito para
usted, señora, para que siempre encuentre alguien como esa peluquera que le
escucha en esa calle dura, abandonada y amable.
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